En Puerto Montt, como en todo el mundo, se vive hoy el día más importante en la historia de la cristiandad: el Viernes Santo, sagrada jornada en la que se reeditan los últimos momentos sufridos por Cristo antes de morir crucificado por el perdón y la salvación de la humanidad.
En nuestra ciudad, desde muy temprano, la juventud peregrina hacia el Monte Calvario de Puerto Varas, rememorando en el camino las catorce estaciones dolorosas de Jesús. Los jóvenes, damas y varones, provenientes desde diversas parroquias -llevando una gran cruz-, en su largo andar van meditando, orando y cantando, impregnados del más hondo reconocimiento al martirio de Cristo y adheridos, con emoción, a sus sufrimientos. Episodios que también recrean en algunos tramos del trayecto con impresionante fervor. Y al final de la ruta, les espera el Arzobispo, monseñor Cristián Caro, quien les da la bienvenida, agradece su participación y les anima a seguir en compañía de la fe cristiana y la inspiración de servicio al prójimo, imitando a Jesús misericordioso.
Y por la tarde, ahora que se ha reparado la ruta de acceso al Santuario y Cruz en la isla Tenglo, la comunidad en general atravesará las aguas del canal marino para subir a la cumbre, haciendo el viacrucis, y una vez en el lugar honrar -con especial recogimiento- la amorosa memoria de Cristo crucificado.
Como lo ha enfatizado el Papa Francisco, "la Cruz de Cristo no es una derrota: la Cruz es amor y misericordia". Pues ella es también es el gran símbolo existencial y de la resurrección de Jesús a la vida eterna, como así también de todos aquellos que sigan su luminosa huella.
El Viernes Santo ofrece la posibilidad de meditar, de enmendar rumbos equivocados, de fortalecer una vida más correcta y de mayor cercanía al Señor, siendo a la vez más austeros, humanitarios y bondadosos. Sobre todo, al mismo tiempo, artífices de la civilización del amor, de la paz y la unidad, como tanto lo recomendaba el Papa Juan Pablo II, el mejor amigo de los puertomontinos.