Hace algunos días observé, de primera fuente, cómo una persona estornudaba, se sonaba, abría la ventana de un minibús y de deshacía del papel tirándolo sin ni una pizca de vergüenza, por la ventana. Al ser interpelado de su acción, respondió de manera grosera y agresiva.
Situación que, lamentablemente se repite a diario en las calles de nuestra provincia. Un niño que arroja el envase del helado al suelo, con una madre incapaz de corregirlo; las centenas de colillas de cigarros repartidas por las calles, especialmente afuera de los edificios; la basura que queda luego de cualquier espectáculo masivo, son el ejemplo de un problema que, pese al llamado permanente a cuidar el medio ambiente, no logra ser solucionado.
Asunto medioambiental que traspasa dichas fronteras y repercute en otros ámbitos. Todo el esfuerzo de autoridades y comerciantes, por hacer de las nuestras ciudades sitios amables y que llamen a los visitantes, se van al tacho de la basura cuando recorremos calles donde la gente deja al descubierto su falta de criterio y educación regando las vías de desperdicios.
Pero hay otros efectos, y quizás el más desagradable ocurrió la semana pasada luego de las intensas precipitaciones caídas en la zona. ¿El resultado? Calles anegadas, transeúntes que debieron arruinas ropas y calzados, comerciantes a los cuales les entró agua a su entre otros.
Una de las razones prioritarias para provocar la acumulación de agua en las calles, es la suciedad atascada en los resumideros habilitados para escurrir el agua, taponeando una salida expedita del líquido.
Para que esto no se repita hay que pensar en soluciones concretas. Es imperante que las autoridades ejecuten campañas de concientización y reflexión sobre lo importancia de preservar nuestros espacios comunes. La instalación de nuevos y más basureros en la zona céntrica sigue siendo un anhelo. Hay que motivar a quien no quiere ser limpio.
Y, por más desagradable que resulte, todos nosotros también tenemos una labor; no basta solo con no ensuciar, también debemos enseñar a los más pequeños e interpelar a los adultos que no tienen reparos en dañar el espacio de todos con su suciedad.