A veces pienso que somos una generación muy adoctrinada, pero poco pensante. Los instantes que vivimos, tan alocados, indudablemente no ayudan a tener esa reflexión calmada y tranquila de encuentros y reencuentros consigo mismo. Siempre será bueno descubrir el fondo de lo que nos acontece. Servidor, con el inicio del nuevo año, se ha hecho el propósito de ganar tiempo para sí, para explorarme y meditar libremente. Se lo aconsejo al lector también.
Todavía no sabemos apreciar el camino de nuestros predecesores, y aún mucho menos custodiar su gran sabiduría, los principios y valores que nos han hecho grandes en otras fechas. Sólo hay que detenerse en los cultivadores del arte y la palabra, en sus genialidades.
Desde siempre la belleza ha tomado auténtico cuerpo por sí misma, y se ha manifestado como un periodo de ánimo asombroso, como una manera de avanzar por la vida, mediante un motivado temple armónico del cielo con la tierra, de lo visible con lo invisible, de la luz con las sombras. Lo mismo ha sucedido con aquellos que cultivan la ciencia y la tecnología, marcados justamente por un verdadero desvelo y por un amor sincero a la verdad, ellos igualmente han contribuido a tranquilizarnos en esa aproximación a la mística gnosis del ser humano a través de la estética del intelecto. Lo fundamental de todo esto, es la gran enseñanza que nos queda, de que todos somos necesarios y de que no hace falta ensombrecer a nadie para sentirnos significativos. Es la unión, y la unidad, la que nos engrandece como especie. Naturalmente, tenemos que custodiar lo vivido y esperanzarnos en aquello que aún nos queda por vivir. Al final, si en efecto queremos la paz, hemos de ser una familia y hemos de fraternizarnos como tal.
Una sociedad que divide sin piedad alguna, que no se vincula entre sus moradores, más pronto que tarde, dejará de existir. Ese desamparo que vivimos cuando se nos separa y se nos excluye de una tierra, de un pueblo o una ciudad, de una familia, aparte de dejarnos sin horizonte, además nos deja decaídos hasta morirnos en el dolor.
Escritor.
Víctor Corcoba Herrero.