Con la indispensable anticipación, -con el propósito de iniciar algún proyecto favorable a la inquietud que necesitamos exponer-, recordamos que el 4 de abril del año venidero se cumplirán 30 años de la memorable visita que hizo a Puerto Montt el admirado y querido Papa Juan Pablo II, ahora venerable santo de la cristiandad. Un acontecimiento único e inolvidable en la pujante y progresista historia de nuestra ciudad puerto capital regional, que, sin duda, amerita perpetuarse con la mayor dignidad y esplendor posibles a través de una obra de especial significancia junto al mar reloncaviano que navegó -admirado y dichoso- el añorado Mensajero del Amor y de la Paz.
Vale la pena considerar que todavía se está a tiempo para reconstruir o remodelar el Parque en la costanera, junto al Museo Juan Pablo II (inaugurado en febrero de 1988).
Se trata de transformar el sector en un enclave que verdaderamente enaltezca y honre aquel suceso pontificio de hace tres decenios. Y a partir del cual son muchas las bendiciones derramadas por tan augusto huésped, reflejadas en una grandeza puertomontina cada vez mayor en bienestar, felicidad y esperanza.
Que sea un espléndido Parque dedicado a San Juan Pablo II, el más grande amigo de Puerto Montt, cubierto de jardines, fuentes, paseos y -lo más acertado y oportuno- destacando en el centro del complejo el busto o la estatua de tan extraordinario personaje, cuya intervención, además, fue decisiva para evitar una guerra fratricida chileno-argentina.
Debe tenerse en cuenta, asimismo, que estos planes se ven facilitados por el hecho de que el museo ferroviario costanero no cumplió los propósitos por los que se creó. Por el contrario, con el paso del tiempo, se convirtió en una repelente guarida de antisociales y sitio de incubación de actos delictivos.
Con el aporte -unido- de los servicios gubernamentales, Iglesia, entidades y comunidad, este digno proyecto -que además embellece a Puerto Montt- puede hacerse realidad. Y al amparo de aquel santo Papa, que nunca se olvidó de este terruño.