San Lucas nos muestra a Jesús que permanece crucificado y el pueblo estaba todavía allí y miraba. Pero sus jefes y los soldados se burlaban de Él y le decían que se salve a sí mismo, si era el Rey o Mesías. Sobre su cabeza había una inscripción indicando que Él era el rey de los judíos. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba y le decía que se salve y a ellos también, si era el Mesías (cfr 35-39). En cambio, el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo" (Lc 23, 40-41). Luego pidió a Jesús que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. Jesús le responde, asegurándoles, que en ese mismo día estará con Él en el Paraíso (cfr Lc 23, 42-43). En el día de Cristo Rey, contemplamos a Jesús sufriendo en la cruz. Se trata de un reinado completamente distinto a los gobiernos temporales, que se imponían por la fuerza. Jesús reina desde la debilidad, sufriendo, abandonado por los demás. Nos podemos imaginar el dolor de Jesús en la cruz, donde sufre el abandono, la soledad, ora y ofrece su vida por los demás, pero también perdona a sus perseguidores. A simple vista, Jesús aparece como un perdedor, pues ya no es aclamado por las multitudes. Sin embargo, su sacrificio es ofrecido por el perdón de nuestros pecados. En este sentido, la humillación sufrida se convierte en fuente de redención para toda la humanidad. Es el modo de reinar de Cristo, demostrando un profundo amor y misericordia por todos los pecadores, necesitados de la misericordia de Dios.
El inmenso amor de Jesús por el pecador lo conduce inevitablemente a la muerte de cruz. Es una muerte redentora, como dice San Pablo: "Porque Él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1, 20).
Este modo de actuar de Cristo nos invita a imitarle.
Jesús reina sirviendo, especialmente a los pobres y los que sufren. Él quiere que trabajemos por un mundo más humano y más cristiano. Somos constructores del Reino de Dios si nos esforzamos para que nuestro mundo viva en la paz y la fraternidad.
En el Año Santo de la Misericordia que hoy día culminamos pidamos al Señor que nos conceda fuerza y luz para seguir sirviendo a los demás, de modo preferente a los pobres y los que sufren, y para que continuemos acogiendo en nuestra vida su amor y su misericordia.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.