No puede haber nada mejor- para enrumbar a los pueblos hacia su verdadero destino, conforme a sus potencialidades e identidad- que irlos forjando -en concordancia a esos atributos- desde su población escolar misma, depositaria de sus sentimientos y convicciones futuras. Vale reiterar, confiando en los hombres y mujeres del mañana, hondamente arraigados al suelo natal.

Puerto Montt acaba de dar un paso importante en esa correcta dirección. Lo hace a través del que será su Plan de Educación Municipal para el trienio 2017-2019, recientemente aprobado por el Concejo Municipal, tras la presentación del Daem, y en cuya elaboración también participaron los estudiantes, apoderados, docentes y asistentes educacionales de las escuelas de esta comuna.

Los que siempre hemos sostenido -como en este Diario- que el principal sello de distinción y recurso de desarrollo de Puerto Montt, es su calidad marítima, y a la vez destino turístico, consideramos como una acertada decisión fortalecer la educación municipal en ese sentido. Para que la niñez y juventud aprendan a valorizar y a querer su entorno marino y los frutos de la madre tierra en nuestra ruralidad insular y mediterránea. Para lo cual se busca innovar con la creación de un Liceo Marítimo, con cuatro carreras técnico-profesionales, además de la implementación de un oficio vinculado a la agricultura familiar campesina. Lo que significa una adecuada capacitación juvenil -localizada y emprendedora- para contribuir al desarrollo del propio terruño, de acuerdo a sus reales potencialidades y recursos, carencias y debilidades.

Otras propuestas importantes que considera el Pladem 2017-2019 en comento, en su línea gruesa, se refieren a la creación de clubes estudiantiles: uno que impulse los deportes náuticos, para el fomento del remo y velerismo, y otro que promueva el montañismo y actividades afines. También hay lugar para el teatro escolar, el canto coral, una orquesta estudiantil y un canal de TV de educación municipal.

Lo señalado es igualmente un medio para llegar a amar más profundamente lo nuestro; aunar voluntades, capacidades y esfuerzos, por una misma causa: la grandeza de nuestro marítimo terruño.

El mundo tiene que reeducarse, lo que conlleva una regeneración de modos y maneras de vivir. Las culturas han de abrirse a originales cultivos, las civilizaciones a nuevas convivencias, con el lenguaje de la comprensión y compasión como tarea a asimilar, como principio y norma de vida. Ciertamente, hemos progresado en muchas cosas, todavía nos falta propiciar un entendimiento, quizás tengamos que cambiar de mentalidad, volvernos más sensibles, más auténticos, más interiores que exteriores, más humanos en definitiva. Para ello, nos hace falta activar con urgencia una educación más trascendente, más de actitudes para con los demás y conmigo mismo, más de abrir la puerta a los valores humanos desde la entrega generosa. En efecto, hemos de actuar más con el espíritu. No cerremos horizontes. Tampoco nos encerremos en nuestras ideas, escuchemos otras, compartamos experiencias, proyectos y vivencias. La heterogeneidad de la especie humana, sin duda, nos ha de motivar a confluir en la búsqueda permanente, pues el enriquecimiento será mutuo, en la medida en que nos dignifiquemos unos a otros. Con frecuencia, nos han reeducado para la competitividad, para el encontronazo de unos hacia otros, como si la vida necesitase de una lucha salvaje entre moradores de un mismo linaje. Maldita deshumanización. Esta frialdad de entrañas nos avergüenzan como seres pensantes. No es cuestión de volvernos selectivos, y menos máquinas productivas que cuando no sirven se les abandona, de discriminar y dividir. Por eso, hoy en día tenemos que empezar de nuevo, a reponer voluntades, a sentirnos libres de ideologías, a distanciarnos menos y a convivir mejor. Los resultados son verdaderamente desastrosos. Podemos tenerlo todo y no tener nada. Muchas personas han dejado de tener familia, malviven en la dictadura del endiosamiento, y se atiborran de cosas que tampoco les colman ni les calman, porque no sienten, ni padecen, al faltarles ese soplo humano que acciona el entusiasmo y el cariño. Todas las escuelas del mundo tienen que volver a empezar a enseñar a amarnos desinteresadamente, a servirnos raciones de luz que nos retornen a la verdadera vida, que no es otra que la que se vive en relación con las conciencias. Nos hemos destrozado; y, lo peor, es que andamos desorientados. Necesitamos tomar nuevos rumbos, restablecer pactos en los que la donación tome vínculo de acción. Los caminos pueden ser diversos, pero hay que impulsar el lenguaje del corazón.

Escritor.

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