S an Lucas nos narra que Jesús, refiriéndose a las personas que se consideraban justas y que despreciaban a las demás, dijo una parábola. Se trata de dos hombres que fueron al Templo a orar, un fariseo y un publicano. En el caso del fariseo, daba gracias a Dios, diciendo que no era como los demás, es decir, ladrones, injustos y adúlteros, y tampoco se consideraba como el publicano presente. Luego hace alarde de su ayuno y del pago de la décima parte de sus ingresos. En el caso del publicano, se mantenía a distancia y no se atrevía a levantar los ojos, sino que se golpeaba el pecho y pedía a Dios que tenga piedad porque se considera un pecador. Jesús señala que sólo este último volvió justificado (cfr Lc 18, 9-13) y concluye diciendo que "el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado" (Lc 18, 14). El fariseo de por sí ya se considera justo, simplemente porque cumple la ley, realiza los ayunos necesarios y paga el diezmo. El hecho de cumplir los mandamientos es algo que nos puede parecer loable a simple vista, pero en este caso, olvida algo muy importante: el amor. Esto se ve reflejado en su relación con el prójimo, cuando se considera, a causa de su orgullo, superior a los demás. Olvida que las obras de bien que se realizan deben estar motivadas por el amor. Es más, ya se siente justificado y pareciera ser que ya no necesita de la misericordia de Dios. El ejemplo que tenemos que seguir es el del publicano, que solamente se siente pecador frente a Dios. Como bien sabemos, por ser un publicano, no tenía buena fama y probablemente cayó en la extorsión de algunas personas y se dejó llevar por la corrupción. Al saber que es un pecador, lo único que desea es ser perdonado por Dios. Se centra en su pecado y no en los pecados de los demás. No mira el pecado del prójimo ni lo juzga, pues siente que no puede hacerlo y necesita del perdón de Dios. En este sentido, nuestra oración debe ser humilde y confiada, pues Dios escucha el clamor de sus hijos (cfr Eclo 35, 12-14.16-18). Pidamos al Señor para que tengamos la actitud del publicano, en la oración y en la vida diaria. Para que seamos más humildes y conscientes de nuestros pecados. El Señor concede las fuerzas y la perseverancia en la fe en medio de las pruebas y sufrimientos (cfr 2 Tim 4, 6-8. 16-18). En este Domingo Universal de la Misiones, oremos para que nos pongamos al servicio de los demás, en el anuncio de Cristo, y colaboremos para que Jesús sea conocido y amado, conscientes de que somos sólo creaturas débiles y limitadas, necesitadas del amor y del perdón del Padre.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.