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Tejiendo tradiciones para derribar mitos

OFICIO. Actualmente existe en la región un grupo de hombres que se dedican a hilar a telar, continuando con un trabajo ya está casi extinto y que suele atribuirse solo a mujeres.
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María Consuelo Ulloa

En una región donde las tradiciones son la sangre que hace bombear el corazón de la zona, los tejedores pueden verse en varios rincones de las distintas comunas, haciendo honor a esa premisa.

Pero pese a que este oficio suele atribuirse a las mujeres, hay un grupo de hombres que se ha interesado por el tema, apropiándose de él y convirtiéndolo en un pasatiempo al que quisieran dedicar su vida.

Algunos aprendieron por herencia y otros por curiosidad, pero, sin duda, todos continúan trabajando en ello, porque sienten la responsabilidad de continuar con una tradición que ya está casi extinta.

Desde Futaleufú

José Benedicto Diocarets es uno de los precursores del oficio en el mundo masculino. Nacido y criado en Futaleufú, el conocido tejedor a telar de la comuna, aprendió el arte de hilar a los 8 años gracias a su abuela, con quien vivió desde pequeño.

"Ella me decía que aprendiera, porque me podía servir alguna vez y uno lo hacía por el cariño de aprender lo mismo que los antepasados hacían", recuerda a sus 65 años.

Diocarets, cuenta cómo fue desarrollar esta pasión en un ambiente donde era mal visto que los hombres se dedicaran a tejer -testimonio que se podrá ver en extenso en el libro "La tradición textil de Palena: un patrimonio vivo de costa a cordillera", de Carla Loayza.

"En esos tiempos era criticado que hiciéramos esas cosas, porque acá el machismo era grande e hilar era trabajo de mujer en el campo", dice y agrega: "yo soy feliz con lo que aprendí y es una fuente de trabajo que tenemos en la casa".

El tejedor además destaca la importancia que tiene para él continuar con esta tradición y por lo mismo ha compartido sus conocimiento con Hernán Guerrero -quien es hoy su socio- su real heredero.

"La idea mía es que no se termine esto, que se siga, pero creo que se va a ir perdiendo el día que yo no esté", declara con todavía algo de esperanza de que el oficio se retome en las próximas generaciones.

En Lenca

La historia de Enrique Gagliardi es distinta, primero, porque partió en los telares hace aproximadamente cinco años. Y segundo, porque su carrera se inicia luego de haber tenido un criadero de conejos angora.

"Junto con vender el pelo del animal, empezamos a hilar la lana y a teñirla. Luego se acabó el negocio de los conejos y me puse a practicar en lo otro", explica Gagliardi, quien además elabora las mismas máquinas con las que teje.

Asegura que nadie le enseñó, sino que ha sido autodidacta,y aunque parte de su familia también está inserta en el tema, su motivación fue la curiosidad por realizar algo nuevo.

"Me gusta lo que hago, porque me va bien con los tejidos, entonces me entusiasma", dice desde su casa en Lenca.

Este hombre, a sus casi 80 años, se enfoca en realizar este trabajo con la mejor calidad posible, pero también de exhibirlo y enseñarlo cada vez que puede, para que no se olvide ni se pierda.

"Me preocupa que haya gente que tenga poco interés en hacer estas cosas, porque a mi edad yo estoy tejiendo, pero no hay muchos jóvenes que quieran aprender. Por eso yo además hago clases", comenta Enrique, quien ofrece sus productos en la boutique del teatro-a un costado del Diego Rivera, en Puerto Montt.

Enrique está consciente que es inusual que los hombres se dediquen a esto, sin embargo, sabe que eso no es impedimento para ser valorado.

"A las mujeres les llama la atención que uno teja y que haga cosas bonitas, pero yo me entretengo en esto", sostiene, dando cuenta de la realidad que pocos hombres viven en la región y que con orgullo realizan, porque para ellos el tejido es hilar una tradición que quieren mantener en el tiempo.