San Lucas nos narra que Jesús fue invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos. Jesús observó que los invitados buscaban los primeros puestos y, por medio de una parábola, les enseña que no hay que colocarse en el primer lugar, sino en los últimos, pues todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido. Luego, recomienda al que lo había invitado que cuando ofrezca un almuerzo o una cena no invite a sus amigos, ni a sus parientes y vecinos ricos, pues puede que sea invitado a su vez obteniendo recompensa. Le pide que invite a los pobres, lisiados, paralíticos y ciegos, pues así no podrán retribuirle y también de este modo tendrá su recompensa en la resurrección de los justos (cfr Lc 14, 1.7-14). Jesús nos invita a ser más humildes. La humildad en sí implica hacerse pequeño, tender hacia abajo, sólo con el fin de servir a los demás, sin el afán de figurar o de buscar recompensa. Es la actitud de Jesús que se entrega en la cruz por nuestros pecados. Junto con reconocer nuestras cualidades, aptitudes y limitaciones propias de todo ser humano, nos ponemos al servicio de los demás, especialmente de los más pobres. Por eso, el cristiano no buscar lucirse frente a los demás o ser el centro de la atención, sino que trata de buscar el lugar más bajo, el pasar oculto, y muchas veces en silencio, consciente de que lo importante no es ser reconocido por los demás, sino la entrega generosa. Vivir en la humildad significa también vivir en la verdad, lo que en concreto implica reconocer nuestras debilidades y pecados. Es lo opuesto al orgullo, que no nos permite reconocer nuestra indignidad, errores, pecados y limitaciones. Justamente cuando reconocemos los errores y pecados, Dios nos perdona, nos escucha, nos levanta y nos anima para seguir adelante, a pesar de nuestras iniquidades. Porque somos sus hijos, débiles y pecadores, nos comprende y nos perdona. Jesús también nos invita a tener relaciones gratuitas, cuando nos pide ir más allá del círculo propio, de la familia, de los amigos, de las personas acomodadas, de los cuales podremos obtener recompensas. Nos pide acercarnos especialmente a los más pobres y débiles de la sociedad, sin hacer diferencias de personas. Si hacemos así, tendremos una recompensa más allá de esta vida. Pidamos al Señor, que, en el Año de la Misericordia divina, nos enseñe a vivir en la virtud de la humildad, reconociendo nuestra indignidad, pidiendo perdón por las faltas cometidas y buscando el modo de cambiar y mejorar de vida cada día.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.