San Lucas nos narra que Jesús dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas". Les dijo una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo donde guardar mi cosecha". Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?". Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios. Jesús nos quiere prevenir frente a la acumulación excesiva de las riquezas, cuando ponemos en ellas nuestras seguridades. Esta realidad denunciada por Jesús es una de las tantas idolatrías del mundo actual. Muchas personas tienen puesta su esperanza en el dinero, en los bienes materiales, en la búsqueda del tener y del placer, transformándose en esclavos de las cosas. En efecto, para muchos la codicia absorbe su tiempo y sus esfuerzos, sumidos en una carrera donde el éxito material pareciera ser lo más importante en la vida. En nuestra sociedad también se promueve la elección de profesiones que den mucho dinero, sin que importe la vocación de cada uno, los intereses por servir a los demás. Es más, se admira a personas que poseen muchos bienes, como si fuera la meta principal en la vida, una solución para obtener la felicidad.
Así olvidamos que el ser humano no vale por lo que tiene, sino por lo que es, y es más que sus propios bienes. San Pablo nos invita a renovar nuestra vida, conscientes de que nuestra existencia tiene una dimensión trascendente. Nos pide que tengamos "el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra" (Col 3, 2). Concretamente nos pide hacer morir aspectos terrenales, como son "la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría" (Col 3, 5). Los bienes materiales, en su justa medida, son útiles para vivir dignamente, pero no son la meta principal de la existencia. En este sentido, Jesús nos invita a buscar su Reino (cfr Lc 12, 31), Reino de paz, justicia y amor, donde lo importante es ponernos al servicio de los demás, compartiendo lo que tenemos, especialmente con los pobres.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.