San Lucas nos narra que Jesús designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos. Les dice que la mies es mucha y los obreros son pocos, de modo que hay que pedir al dueño de la mies para que envíe operarios para la cosecha (cfr Lc 10, 1-2). Aquí nos recuerda lo importante que es rezar para que tengamos vocaciones, pidiendo con insistencia a Dios, conscientes de que Él llama a quien quiere y cuando quiere.Jesús nos dice que envía "como ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado y no se detengan a saludar a nadie por el camino" (Lc 10, 3-4). Por medio de este lenguaje, propio de un pueblo de pastores, advierte que la misión conlleva enfrentar dificultades, peligros, y es muy importante creer, confiar en la providencia divina. Esto significa no poner la confianza en los bienes materiales, sino sólo en Él, que todo lo puede. Es una clara invitación a poner la confianza en Él, animándonos en la misión, recordándonos que "el que trabaja merece su salario" (Lc 10, 7).
Luego les señala que en el trabajo apostólico también tendremos que enfrentar el rechazo, que tendrá consecuencias irreparables (cfr Lc 10, 8-15). Este anuncio no está lejos de nuestra realidad, pues la tarea misionera no es fácil en nuestro tiempo. Lo fundamental es anunciar la llegada del Reino de Dios (cfr Lc 10, 9-11). Pero no se trata de un Reino impuesto por la fuerza o la violencia, sino que es un Reino de amor, de paz, de justicia, de solidaridad. El discípulo debe anunciarlo e invitar de modo que colaboremos para que este Reino crezca en medio nuestro, en la vida personal, en nuestros ambientes familiares, en el trabajo, con los amigos, en la sociedad, de modo que nuestro mundo esté fundamentado en los valores auténticos. Los discípulos vuelven alegres de su misión, pero Jesús les dice: "Alégrense más bien de que sus nombres estén inscritos en el cielo" (Lc 10, 20). Esto significa que la verdadera alegría no está en el éxito de nuestros trabajos apostólicos, en los resultados, sino en la elección que Dios realizó al llamarnos, por fijarse en nosotros. No nos olvidemos que somos hijos de Dios por el bautismo y nos quiere y nos ama como somos. Nos promete una vida nueva y una vida futura. Una vez que somos conscientes de lo que somos, por habernos elegido, nuestra respuesta será ponernos en camino, para anunciarle cada día de nuestra vida, creyendo profundamente en Él, buscando que el mundo crea y se renueve escuchando y acogiendo su mensaje de paz y esperanza.
Pbro. Dr. Tulio Soto.
Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.