Jesús enseña a orillas del lago de Genesaret. Luego pide a Simón que navegue mar adentro y echen las redes para pescar (cfr Lc 5, 1-4). Pero Simón le responde: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes" (Lc 5, 5). Así lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes. Al llegar, llenaron dos barcas, que casi se hundían. Luego Simón Pedro, al ver esto, le dijo a Jesús: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador" (Lc 5, 8). Jesús dice a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres" (Lc 5, 10). Después ellos atracaron las barcas en la orilla, abandonaron todo y siguieron a Jesús (cfr Lc 5, 11). El texto nos habla fundamentalmente de la vocación de los apóstoles, lo que va precedido de la pesca milagrosa. Tal hecho maravilloso es obviamente fruto de la intervención divina. Ante tal situación extraordinaria, Pedro es el primero en reconocer su indignidad, aceptando su condición de pecador. Es la natural reacción de quien descubre en sí la pequeñez ante la omnipotencia de Dios. Pedro reconoce su propia miseria, sus debilidades y pecados, lo que le hace creer que es incapaz de seguir a Jesús. De todos modos, Jesús invita a Pedro y a los demás discípulos a seguirle. Les invita a que no tengan temor y le sigan confiando en Él. Es lo que sucede en toda llamada de Dios. Cuando Dios llama a seguirle, reconocemos nuestra indignidad, no nos sentimos dignos de ser discípulos. Pero Dios no llama a los perfectos ni a los mejores, sino a seres humanos débiles y pecadores. No llama a base de los méritos personales, pues es una llamada gratuita que proviene de su bondad.
En el caso del Apóstol San Pablo, vemos que se considera el último de los apóstoles. Él declara que no merece llamarse apóstol, pues fue un perseguidor de la Iglesia. Concluye que es un seguidor de Cristo por pura gracia de Dios (cfr 1 Cor 15, 1-11). Tenemos también al Profeta Isaías, que ante la santidad de Dios siente temor, pero a pesar de su pecado responde al llamado de Dios (cfr Is 6, 1-8).
Esto significa que Dios se vale de instrumentos muy débiles, pecadores, imperfectos, para continuar su obra en el mundo. Lo importante es que, conscientes de nuestra condición pecadora, nos pongamos a su disposición, para anunciar a Cristo, de palabra y de obra. Esta es tarea de los ministros sagrados, pero también cada bautizado está llamado a anunciarle y a vivir el Evangelio en su propia condición y en los más diversos ambientes.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.