E s curiosa la forma en que algunos opinólogos, se arrogan el título, dado a sí mismos, de conductores del pensamiento público, a través de razones que por la escasez de su profundidad, no merecen ese título.
A más de no ser cierto, carecen de pensamientos y verdades y sólo sirven para conducir a equívocos a la gran mayoría de los que los atienden. Careciendo de dirección y de mínima seriedad y preparación, dan sus opiniones por ciertas, fundados en ideas que carecen de seriedad y veracidad.
Esta nueva profesión ha surgido de la nada y de vacío de ideas, deteniéndose en la superficialidad de la vida, incapaces de presentar criterios para vivirla y crecer en ella. Se dicen científicos, filósofos, intelectuales, presentando el vivir como cambalache de verdades a medias en que todo da lo mismo, pretendiente ser conductores del pensar público.
El pensar público exige rigor y reflexión, lo que no implica dificultad de presentación. Se puede expresar con sencillez aquello que refleja una verdad, lo que no quita su seriedad y fundamento.
Disfrazar la superficialidad con apariencias de verdades profundas es llevar a la opinión pública a engaños que, acompañados de un buen aparato publicitario, hacen de lo superficial lo profundo y dan al vivir el carácter superficial, que es parte de la sociedad contemporáneo conducida por aquellos que en la exterioridad de la vida se creen con derecho a dar criterios para ella.
Surge así el exitismo, el consumismo, el vivir de apariencias… Por lo mismo, su lenguaje es pobremente usado y pleno de equívocos tergiversando el sentido de las palabras.
Sólo a modo de ejemplo de lo que podría ser una larga lista de términos mal usados la palabra "demasiado" no significa mucho sino excesivo y demuestra lo que hoy se ha convertido en cotidiano: su mal uso.
Sin querer indicar personas, hay "opinológos" que por ética deberían cambiar su orientación o retirarse de una "profesión" que se ve desmerecida por ellos mismos.
Escritor, profesor y académico.
Ciro Schmidt Andrade.