La reciente conmemoración de los profesores da pábulo para retrotraer la gran importancia que han tenido las precursoras e históricas escuelas normales en la formación de los docentes chilenos y lo mucho que se añora la mística vocacional de esos legendarios maestros formados en esos acrisolados planteles del humanitario saber.
El libro "Profesores Normalistas de Chiloé", de autoría de Dante Montiel Vera, profesor chilote, historiador y escritor, en 320 páginas, y en un acucioso trabajo de investigación de siete años, deja al trasluz las vivencias, sentimientos, logros y frustraciones, esperanzas y proyectos, y sobre todo la profundísima vocación formadora del maestro normalista del archipiélago y por su intermedio de aquellos de Chile todo. Los que en su etapa de esplendor constituyeron el soporte fundamental de la educación chilena, especialmente en el sur, en el siglo XX, conformando una fuente vital de servicio público, de compromiso pedagógico, de espíritu de sacrificio y férrea vocación.
Tras la creación de la Escuela Normal de Preceptores en Santiago (1842) y su fecunda forja magisterial, la iniciativa se extendió por el país, surgiendo igualmente escuelas normales en nuestra región: Valdivia (1896), Puerto Montt (1904) y Ancud (1930), entre otras. Así, se iba enraizando en las nuevas hornadas de profesores el arte de la enseñanza y la instrucción en sus educandos. Conocimientos que -más allá de las letras y números- iban también acompañados del cultivo de una actitud de servicio al bien común.
Esta fecha especial del magisterio ha servido, asimismo, para reflexionar en la necesidad de relanzar la obra "Profesores Normalistas de Chiloé", cuya presentación oficial en julio de este año pasó inadvertida. Y como lo ha recomendado el sacerdote jesuita e historiador Eduardo Tampe Maldonado, su interesante contenido puede servir de orientación y estímulo en los tiempos en boga, cuando la educación chilena se encuentra abocada a un proceso de optimización integral.
El lema de "Gobernar es Educar", del ex Presidente Pedro Aguirre Cerda, no pierde vigencia, como tampoco la experiencia normalista. Las lecciones de la historia instan a la superación y engrandecen.