"No puedes obligarme a que no te espere". Eso le dijo la novia a un amigo que anda de viaje hace un buen rato, sin fecha de vuelta. Viajar es un tópico literario, como lo es el amor o la histeria amorosa, para ser más exactos. Ambos se superponen. La memoria amorosa suele ser arrolladora en situación de viaje. Te amo, porque te recuerdo irremediablemente, dice el que viaja, ya sea a su objeto de amor o a su terruño.
El discurso amoroso en Chile es un sucedáneo de lo grotesco. Y su concreción textual es la escena ridícula de los amantes viviendo su patología, caracterizada por esa soberbia posesiva de los desamparados afectivos. En mi pega se me impone obsesivamente el dar cuenta escritural de esa escena, a veces impresentable para el observador.
Todo esto lo conversábamos desordenadamente en el café de unas amigas (a donde llevé a mis viajeros) que suelen interrogarme sobre estos temas, creo que se entretienen a costa mía. Sobre todo les encanta que yo profundice en un personaje específico que protagoniza algunas historias de quiebre amoroso. Se trata de los "echaurren" (pluralizado), que son los típicos chilenitos echados de las casas por sus mujeres, de ahí el apodo. Incluso hasta tienen una plaza en Valpo, la Plaza Echaurren; en todas partes hay plazas y lugares públicos en donde se reúnen estos personajes a padecer sus penas de amor y desamparo.
Esta ficción surgió en un viaje que hice al norte en donde me junté con mi sobrino, con él que luego debía cruzar a Bolivia. "Tío querido", me saludó efusivo, "¿sigue viviendo solo o está acompañado?". Su pregunta iba dirigida a si yo estaba emparejado. Le respondí que no, que había recibido a un amigo al que su señora lo había echado de la casa. "Ah", me respondió, "está viviendo con un Echaurren". De ahí surgió el personaje. Incluso, recordé que yo viví en la calle Echaurren en una localidad del litoral que prefiero no recordar, de la cual, también me echaron.
Volviendo a mi amigo viajero, que viene de un país vecino, lo recibí en mi casa de Valpo. Venía con un equipo de gente dedicada a las ediciones cartoneras en Brasil, proyectadas al resto de América Latina. Traté de ser lo más acogedor que pude y buen anfitrión, y guía. Menos mal que Valpo, a pesar de todos los problemas que exhibe y padece, no deja de ser fascinante para cualquier visitante, si es que uno renuncia al turismo blando. Mi amigo siempre estaba conectado con su novia, a través de un tablet, a la que yo conocí en otro viaje al otro lado de la cordillera.
En ese contexto, no pude dejar de hablarle del discurso amoroso en nuestro país y de la omnipresencia de los Echaurren. Todo chileno es potencialmente un Echaurren, les comenté a mis amigos y colegas extranjeros, es decir, en cualquier momento es echado con viento fresco de su casa por su mujer. El interés de ellos se reorientó de inmediato, quisieron saber cómo eran las mujeres chilenas.
Me di cuenta que yo debía dedicarme a ser guía, en vez de seguir fracasando como escritor. Uno es capaz de mostrar recovecos y lugares totalmente distintos, y de hacer vivir a un viajero una experiencia fidedigna y subjetiva del territorio, sin chovinismos, con un saber genuino y no chovinista de los lugares. Los llevé a San Antonio, a ver algo que es totalmente invisible no sólo para un visitante, me refiero a Tejas Verdes, en donde funcionó un campo de detenidos del que no queda rastro.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .