¿Cuál es nuestra verdadera identidad más allá de nuestro carnet? El evangelio de hoy (Mc 8, 27-35) nos presenta un momento clave en la manifestación de la identidad de Jesús, que es también la de sus auténticos discípulos. Se trata del episodio de la confesión de fe de Pedro, en Cesarea de Filipo, que -según san Mateo- le valió recibir de Jesús el poder de las llaves. Hasta ese momento, Jesús con sus gestos y sus palabras y sus milagros había suscitado el estupor y admiración de la gente y la incomprensión de los discípulos que se preguntaban: "¿Quién este éste?". Llegado a este punto de su camino, Jesús les pregunta a los apóstoles: "¿Quién dice la gente que soy yo?".
Y ellos dan a conocer la opinión mayoritaria de que era uno de los antiguos y grandes profetas. Ahora, el Señor se dirige directamente a ellos (y a quienes nos llamamos sus discípulos): "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro -inspirado por la luz divina- da la famosa respuesta: "Tú eres el Mesías", es decir, el Ungido de Dios, el enviado lleno del Espíritu de Dios para establecer su reino. En una palabra, el que venía a cumplir la esperanza de Israel y los anuncios proféticos. Lo sorprendente es que Jesús "les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de El". ¿Por qué? Porque en la mayoría del pueblo de Israel había la idea de un Mesías terrenal, político-nacionalista, incluso guerrero triunfante que sacudiría a Israel del yugo romano. Jesús no quiere ser confundido con una concepción así.
Por eso, empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía ser rechazado, sufrir mucho, ser muerto y resucitar al tercer día. "Les hablaba con toda claridad". Sin embargo, Pedro lo tomó aparte y lo reprendió por esa predicción. Le valió a Pedro una terrible sentencia: "¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres". Y, a continuación, "reunió a la gente y a los discípulos" y mostró la gran paradoja cristiana. Para ganar o salvar la vida hay que perderla, como El lo hizo por nosotros.
En esta época en que se busca tanto la realización personal ("tengo derecho a ser feliz") pero muchas veces olvidando al prójimo incluso al esposo (a) o hijos, las palabras y el ejemplo de Jesús muestran su verdadera identidad: es el Mesías, el Hijo de Dios, pero al modo del Servidor sacrificado por los demás y obediente a Dios, su Padre. Nos invita a creer en El y seguir el mismo camino. Una fe con obras. Allí está nuestra verdadera identidad.
+Cristián Caro Cordero. Arzobispo de Puerto Montt.