Las lecciones de errores y caídas
Lo que ha ocurrido con Arturo Vidal, uno de los pilares de la Selección Chilena que compite, en positiva campaña, en la Copa América, -al accidentarse mientras conducía en estado de ebriedad-, significó un golpe estremecedor no sólo para el plantel nacional, sino que igualmente para el campeonato mismo y la propia organización de la justa. Toda vez que al estar involucrada una de las estrellas de renombre global, por integrar las filas del afamado Juventus de Italia, la insólita noticia concentró instantáneamente el interés periodístico de todo el orbe.
Se trata, sin duda, de una situación que preocupa al país, porque no sólo se ha puesto en riesgo la vida y la integridad física del afectado, sino que también la normalidad de la prometedora gestión futbolística del equipo chileno, al alterarla y revelar debilidades profesionales impropias e indignas, sobre todo, de quienes tienen la delicada misión de representar a un país en un evento de categoría internacional como el que está marcha. La sobriedad -disciplinada, rigurosa, concentrada- que debe predominar en tan importantes competiciones, fue vulnerada esta vez transgrediéndose esa conducta razonable y acorde a las altas responsabilidades asumidas, al incurrirse en los excesos ya conocidos.
Sabidas ya las medidas cautelares para Vidal -retención de la licencia de conducir y firma mensual en el consulado chileno en Milán-, más el arrepentimiento del crack y la posición comprensiva y humana del entrenador Jorge Sampaoli, bien puede esperarse una nueva oportunidad para que el jugador chileno siga cumpliendo con su deber, a contar del próximo decisivo compromiso de la Roja ante los bolivianos. En todo caso, la amarga experiencia recién enfrentada -y otras indisciplinas en anteriores selecciones-, deberán servir de elocuente lección para que estos incómodos sinsabores no se repitan, estableciéndose un protocolo exigente, austero y rígido para las concentraciones de los equipos representativos de nuestro país en futuros torneos entre naciones. Y así garantizar, a lo menos, actuaciones decorosas y a la altura de la "mens sana in corpore sano", "fair play" y hermandad, que son emblemas y esencia de la cultura física que es el deporte.