En este sagrado Día de la Madre, corramos a abrazarla con amoroso fervor, musitándole palabras de la más profunda gratitud por la vida que nos dio y seguirá protegiendo hasta su último suspiro. Y si ya ha partido a la morada celestial, depositemos bellas flores en su tumba y dediquémosle una emocionada oración de reconocimiento a lo que ella significó y sigue inspirando desde el más allá.
Desde la Madre de Jesús -María- que lo alumbró por obra del Espíritu Santo y que siempre estuvo junto a Ël, hasta su dolorosa muerte de cruz, al pie del madero, las madres del mundo han consagrado sus vidas en una entrega absoluta al cuidado de sus hijos. Y siempre con la mayor valentía y dedicación.
En la fragua de la familia -donde las mamás son un luminoso faro guía- se forja la personalidad humana y su inserción en la comunidad y la cultura. Núcleo que destaca por la la presencia materna al frente en la primera escuela de valores y virtudes en el marco del desarrollo social.
Si queremos llevar una existencia noble, honesta, útil, solidaria, apelemos a la mejor universidad de la sapiencia y el bien, que es nuestra propia madre. Y así -como ella- podremos ser limpios de corazón, valientes luchadores para superarnos y solidarios servidores.
Siempre erguida, digna y generosa, la amada madre jamás dejará de ser el sustento y refugio filial. Una progenitora abnegada y de alma grande, a la que también solemos olvidar entre el tráfago cotidiano. Ingratitud que para ella no cuenta, porque su amor es incondicional y sin límites. Siempre dispuesta a amar, proteger y ayudar. Y sobre todo en los momentos duros y adversos, rescatando con ardor al hijo a la esperanza y a sobreponerse.
Es tiempo de ser fieles herederos de esa inapreciable herencia maternal.
En este -el día de mamá-, si gozamos del privilegio de tenerla con vida, estrechémosla contra nuestro corazón y no temamos derramar alguna lágrima sobre su cana cabellera. Roguémosle perdón por nuestras ingratitudes e imperfecciones y renovemos nuestro amor hacia ella. Y si ya no está, espiritualmente abracémosla con una sentida oración mirando hacia el infinito.