Juan Pablo II evitó una guerra fraticida
El miedo y la angustia invaden los corazones de las madres del mundo, cuando algunos jefes de Estado o presidentes anuncian vientos de guerra, como si ésta fuese un juego en que los tanques, las metralletas, las bombas y los misiles se manejaran como juguetes de fantasía, sin percatarse de los efectos destructivos que estas armas producirán al ser usadas contra la población.
Y para eso basta retrotraerse en l tiempo o leer algunos textos de historia para percatarse de los horrores causados a las poblaciones involucradas en esta guerra de exterminio.
Así se destruyeron las ilusiones de decenas de millones de personas que murieron en intensos y desgarradores bombardeos durante la segunda guerra mundial. Uno de los conflictos más devastadores en la historia de la humanidad y que dejó a países destruidos materialmente, lo que produjo miedo e inquietud en los lugares en conflicto y también en el resto de la humanidad.
Hechos como éstos no son fáciles de olvidar y por eso recuerdo los días vividos en la ciudad de Coyhaique, cuando estuvimos a punto de sostener un conflicto bélico con nuestros vecinos argentinos por la posesión de las islas Nueva, Picton y Lenox, ubicadas en el canal Beagle. Ocasión en que nuestros hijos fueron reclutados en su calidad de reservistas y veíamos la incertidumbre reflejada en sus rostros y la angustia en nuestros semblantes de padres acongojados.
La noche previa al conflicto, estuvimos pensando en las consecuencias de la guerra que teníamos cerca y el destino que correrían nuestros hijos, mientras los destellos de luces y estruendosos ruidos eran percibidos con una nitidez absoluta.
Cuando se anunció que la guerra se había suspendido gracias a la mediación papal, un suspiro enorme se sintió en nuestros hogares y las madres volvieron a abrir sus brazos para recibir a sus hijos en sus casas sanos y salvos.
La canonización de Juan Pablo Segundo como santo de los altares y cuya visita en 1987 a Puerto Montt recordamos cada 4 de abril, nos inundó de fe y alegría, porque gracias a su sabia y convincente intercesión se evitó una guerra y un derramamiento de sangre entre hermanos y que hasta los días de hoy y quizás por siempre estaríamos lamentando.
Hugo Pérez White.