Conocer, amar y seguir a Jesús
San Juan nos narra que algunos griegos querían ver a Jesús. Al enterarse Jesús, dice a los discípulos: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor." (Jn 12, 23-26).
Luego, agrega: "Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!" (Jn 12, 27-28 a). Resulta sorprendente que la Escritura se refiera a algunos griegos que querían encontrarse con Jesús. Ellos representan las primicias de la gentilidad, esto es, son como el resto de la humanidad que tiene hambre y sed de Dios, y que busca el modo de acercarse al Señor. Como bien sabemos, sólo después de la muerte y resurrección de Jesús innumerables pueblos comenzarán a vivir una fe plena en Cristo. Creerán y le seguirán, transformando sus propias vidas, según la luz recibida. Serán muchos los que se convertirán al Señor, siguiendo sus pasos y procurarán vivir según los principios y valores que emanan del Evangelio.
La fe en Cristo cambiará completamente sus vidas, pues mirarán su propia existencia con un sentido nuevo, trascendente, con esperanza en una vida nueva. Jesús ya está anunciando su muerte, un hecho que los mismos discípulos rechazaron en un primer momento, al no entender cabalmente la misión de Jesús en el mundo. Pero Jesús, a través de la parábola del grano de trigo, nos enseña que su muerte no será en vano. Al contrario, será la causa de salvación de muchos. Su muerte tendrá un efecto salvífico universal. Jesús sabe que el camino que tendrá que recorrer no estará exento de sacrificios.
En estos días que restan de la cuaresma somos invitados a meditar sobre el misterio de Cristo. Procuremos acercarnos a Él, dialogar confiadamente, conocerlo y demostrarle nuestro amor. Que este amor se refleje en el prójimo. Tratemos también de meditar sobre la importancia de la cruz para nuestra vida. Todos llevamos nuestra propia cruz, pero quien nos ayuda a llevarla es el mismo Jesús, que se ha hecho nuestro compañero de camino. Sigámosle e intentemos servirle de corazón, haciendo el bien, aunque nos cuesta sacrificios, como lo hizo Jesús por nosotros.
Pbro. Dr. Tulio Soto.
Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.