Mucho preocupa a los puertomontinos que aman a su terruño, respetan y quieren a sus instituciones, -especialmente a las de tradicional misión protectora y solidaria hacia las personas más vulnerables, como es el caso del Hogar de Ancianos "San Vicente de Paul"-, la lamentable situación a la que se ha visto enfrentado en la actualidad, ya que por falta de recursos económicos está sentenciado al cierre de sus actividades, teniendo como fecha definitiva para su clausura el 29 de mayo venidero.
Son quince las abuelitas que hoy se albergan en dicho centro y cuyo destino ahora se presenta bastante triste e incierto, luego de tan frustrante anuncio. Y aunque es una realidad que en los últimos años se ha hecho cada vez más dificultosa la mantención y financiamiento del referido hogar, por la disminución de fondos, entre otras causas, nunca es tarde para hacer revivir tan nobles y caritativas organizaciones, inyectándoles algunos aportes públicos y privados. Más todavía si se trata de obras generosas y solidarias, -como este hogar de ancianitos-, que significan una importante contribución al combate de la pobreza y desvalimiento en esta parte del país.
Es medio siglo de trayectoria al servicio de las personas de la tercera edad de humilde condición social y en estado de abandono, que se desconocerá y sepultará -sin contemplaciones ni humanidad alguna- al cerrar ese histórico recinto situado en el corazón mismo del céntrico y antiguo barrio Modelo. Todo un crisol de amor al prójimo, construido hace 50 años gracias al espíritu altruista de las abnegadas voluntarias de la Sociedad de Damas San Vicente de Paul y la colaboración puertomontina y de algunos parlamentarios como el senador de aquel entonces Julio von Muhelenbrock, quien -según informa El Llanquihue del 7 de marzo de 1965- por esos días se entrevistaba con la presidenta vicentina Juanita de Yuraszeck, en el marco del impulso final para la terminación del mismo edificio que hoy se ha decidido cerrar sin mayores contemplaciones.
La ingratitud ni la desconsideración tienen cabida en el alma puertomontina. Las ancianitas y su hogar aún tienen oportunidad de revivir.