Se dice, con razón, que la esperanza es lo último que se pierde. Sin embargo, en buena medida, hemos perdido la esperanza, que es sinónimo de fe y confianza en Dios y en los demás. Con frecuencia, priorizamos el individualismo al compartir, y sacrificamos los grandes valores humanos, morales y religiosos a la autonomía individual absoluta, al orgullo autosuficiente o al éxito inmediato. El tiempo de Adviento (=advenimiento, venida) nos recuerda que la gran esperanza es acoger a Dios mismo que viene a nuestra vida. Sin El, caemos en la tristeza, el vacío interior, el aislamiento. Iniciamos hoy la lectura del Evangelio de san Marcos: "Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios". Alude no sólo al comienzo de la obra, sino al inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad, la llegada de la salvación definitiva. Esta buena noticia o "Evangelio" es una persona, la de Jesús, cuya identidad es doble: Mesías e Hijo de Dios. Jesús no es sólo el mensajero sino el mensaje en persona. Ahora bien, Dios preparó la venida de su Hijo al mundo, enviando a Juan Bautista, profeta austero y cuya voz resonó como trueno en el desierto de Judea. En él se cumplió la profecía de Isaías: "Voz del que grita en el desierto: ¡Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos!". Isaías aludía a los obstáculos que ponemos a Dios con nuestros valles de miserias, desánimos y pesimismos, y con nuestros montes de orgullo y de altanerías. Juan apareció a orillas del río Jordán predicando un bautismo de conversión (penitencia) para el perdón de los pecados. Todos acudían a él y, después de reconocer sus pecados, Juan los bautizaba. Pero, Juan preparaba para recibir a Jesús, el Mesías poderoso, y capaz de comunicar el Espíritu Santo que todo lo renueva: "El los bautizará con Espíritu Santo". Cristo otorga, por su Iglesia, el verdadero bautismo que borra nuestros pecados, nos santifica con la gracia de Dios y nos hace "hijos en el Hijo".
Nadie preparó mejor los caminos para la venida del Señor que la Virgen Inmaculada, cuya fiesta celebraremos mañana. Ella es la "llena de gracia", desde el primer instante de su ser y para siempre. Dios preparó en ella una digna morada para su Hijo Jesucristo, y la preservó del pecado original y de todo pecado personal, contando con su libertad. Es la Inmaculada, y a la vez la "Toda Santa", en quien el Espíritu Santo hizo maravillas. Por eso, multitudes acuden a sus santuarios. Preparemos, entonces, la venida del Salvador, con oración, humildad penitente y caridad con el prójimo.
Cristián Caro Cordero. Arzobispo de Puerto Montt.