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El difícil trabajo de enseñar bajo la mirada de tres profesores del sur

Día del Maestro. El Llanquihue, recogió la historia de dos docentes de Puerto Montt que están a punto de jubilar, y de una que enseña a 49 niños de un sector apartado de la Isla Puluqui, a modo de homenaje de quienes entregan lo mejor de sí en las miles de salas de clases de nuestra zona.

ltoledom@diariollanquihue.cl

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Luis Toledo Mora

Por 39 años, la tía Maruja, como cariñosamente la llaman sus alumnas, ha ejercido la docencia. Tras desempeñarse un año en la Escuela Inés Gallardo Alvarado de Llanquihue, llegó en 1976 a la Escuela España de Puerto Montt.

Hoy, con 61 años, Magdalena Zapata Barra está viviendo sus últimos meses al interior de la sala de clases, ya que espera jubilar el próximo año, tras pasar una vida formando generaciones al igual que miles de docentes que laboran en los distintos puntos de la Región de Los Lagos. Sólo en la educación municipal de Puerto Montt, laboran más de mil 300 profesores.

Los ojos de la tía Maruja reflejan alegría y satisfacción por la labor cumplida. 'Estas casi cuatro décadas en al aula han sido muy satisfactorias, una experiencia excelente en la que nunca he tenido un problema', cuenta.

En sus inicios como docente impartió clases de Educación Física, pero luego de un tiempo comenzó con lo que en antaño era la asignatura de Castellano, rebautizada en los últimos años como Lenguaje y Comunicación.

Precisamente, en esa área recuerda uno de sus más importantes logros, como una pionera de la integración escolar de alumnos discapacitados, mucho antes que existieran los programas orientados en este sentido.

'A mediados de la década del 80, en un curso pequeño de cuarto básico, comencé a trabajar con niñas que tenían discapacidad auditiva. La primera alumna sorda muda se llamaba Rosita, que tras terminar la Enseñanza Básica, continuó con su Enseñanza Media. Para hacer las clases siempre tenía que estar de frente para que ella pudiera leer mis labios', relata.

Tras Rosita, Magdalena Zapata tuvo otras dos alumnas de las mismas características, con quienes trabajó en la sala de clases con el apoyo de sus colegas de la entonces llamada Escuela Especial.

'Ellas siempre estaban presentes, nos venían a visitar de manera periódica y las niñas después de clases recibían reforzamiento con las docentes de la escuela especial', cuenta.

En su vida como profesora de la Escuela España, vio la evolución de la infraestructura del plantel de calle Rengifo, trabajando preliminarmente en uno de madera, luego en uno de construcción mixta, hasta ahora que es un edificio de hormigón.

'Como anécdota, recuerdo que en uno de mis embarazos, y mientras trabajaba en la escuela antigua, el piso de madera cedió a mis pies y me caí. Esto generó una gran risa de las alumnas, pero también preocupación. También recuerdo que he tenido tres generaciones de niñas como alumnas. Le hecho clases a la abuelita, la mamá y la nieta', contó.

El profesor y la montaña

Corría el año 1977 y el joven profesor Sergio Santana Bohle, de sólo 27 años, llegó a hacer clases al emblemático Liceo de Hombres de Manuel Montt.

'Luego de egresar de Pedagogía en Castellano de la Universidad Austral en Valdivia, trabajé cinco meses en el Liceo de Calbuco y me ofrecieron un horario completo acá, y de ese tiempo estoy en las aulas del Liceo de Hombres, siempre trabajando con los jóvenes en la sala de clases. En estos 37 años le he hecho clases a más de 11 mil alumnos', relató a El Llanquihue.

Al igual que la profesora Magdalena Zapata, el profe 'Checho', como sus alumnos lo llaman con afecto, está impartiendo sus últimas clases y espera jubilar en 2015.

'El ser profesor fue una muy buena experiencia, el próximo año cuando me salga por última vez por la puerta del liceo, me voy a ir conforme con todo lo que hice y las situaciones que tuve que resolver', precisa.

Santana analizó la evolución que ha tenido el rol del docente en las últimas décadas: 'Se presentó un cambio desde el profesor académico a un profesor mucho más dinámico, que hace participar más a los jóvenes en la clase. Además, los recursos educativos son distintos y son adecuados a la época que se vive, lo que exige la actualización de los docentes más antiguos'.

Pero, por más dos décadas, una de las principales aulas del profesor Santana fue la Cordillera de Los Andes.

'Desde joven me gustó la vida al aire libre, y aproveché la posibilidad que me dio el liceo de formar el taller de montaña. Allí pude mostrarle a un grupo de jóvenes que más allá de la ciudad hay un mundo maravilloso, que es diferente al del encierro y la pichanga en la calle. Visitamos muchos lugares, como los pasos Pino Hachado, El León, El Bolsón, la cordillera de Huequi en Ayacara y otros lugares. Tengo grandes recuerdos del volcán Calbuco y su refugio, incluso cuando estaba recién implementado por Conaf. En ese macizo estuve cerca de 20 veces, incluso en invierno', dijo.

Orgulloso de sus ex alumnos, cuenta que muchos son profesionales, que con varios ha desarrollado una amistad y que incluso algunos han regresado al Liceo Manuel Montt como sus colegas profesores.

Docente en una isla

Verónica Tribiño ve como su juventud pasa en la isla Puluqui. Ya por seis años se desempeña en la Escuela Alonso de Ercilla del sector de Pollollo, distante a 8 kilómetros de rampa que conecta la isla con Calbuco.

'Trabajar en una isla es sacrificado, porque las condiciones no son iguales a las de la ciudad. Como docente, uno deja a su familia para hacerse cargo de una familia más grande que son mis 49 alumnos. Me quedo de lunes a viernes, pernoctando en la misma escuela', cuenta.

La profesora de educación básica, formada en la sede de la Universidad Arturo Prat en Puerto Montt y que hoy dirige el establecimiento, destaca que el profesor rural debe cumplir múltiples funciones en su comunidad educativa.

'Al desempeñarse en condiciones de aislamiento uno cumple varios roles, como brindar primeros auxilio, asistencia psicosocial, mediadora familiar y también entregando afecto, ya que uno pasa más horas con sus alumnos que sus propios hijos', explica.

Para Verónica Tribiño, lo más gratificante en estos seis años en Puluqui es recibir el cariño de los niños y sus familias.

'Es frecuente que nos saluden para el Día de la Madre o que nos celebren los cumpleaños, algo que no se ve en las escuelas más grandes. Me gusta mucho trabajar en esta isla, me he podido desarrollar profesionalmente en una realidad distinta a la que ofrece una ciudad, con otra calidad humana; pero ello me ha significado dejar de ver a diario a mi hija desde los 7 años, hoy ella tiene 14 años y vive en Calbuco con mis padres y nos reunimos sólo los fines de semana', revela.

Pude mostrarle a un grupo de jóvenes que más allá de la ciudad hay un mundo maravilloso, que es diferente al del encierro y la pichanga en la calle'.

Como docente uno deja a su familia para hacerse cargo de una familia más grande que son mis 49 alumnos. Me quedo de lunes a viernes, pernoctando en la misma escuela'.