Una fecha, -para testimoniar el más meritorio homenaje a los formadores de los hijos de esta querida patria-, es la del Día del Profesor, que cada 16 de octubre se conmemora con unción.
Siendo los apreciados maestros los segundos padres de los educandos, como la sociedad los reconoce, la noble misión del profesor exige una vocación muy especial. Donde admirablemente predominan un entrañable amor por lo que se hace, el cariño por los alumnos, el espíritu de sacrificio que exige la carrera, la perseverancia en el compromiso de enseñar, la lucha permanente por alcanzar una mayor dignidad cuando la implementación es inadecuada. En el ámbito rural o la ciudad, en el aislamiento o en medio del ajetreo urbano, el maestro siempre es el mismo: un ser humano generoso, capaz de superar sus propios sufrimientos con un alma grande que lo presentará siempre con una alentadora sonrisa ante sus pupilos.
Ser profesor no es una tarea simple, aunque requiera de sabia sencillez para enseñar. Todo lo contrario. Demanda más de lo normal que en cualquier otra profesión, pues la misión pedagógica, tras la jornada cotidiana, obliga a menudo a continuar laborando hasta entrada la madrugada en casa en la revisión de los trabajos de los estudiantes y preparando las clases del día siguiente, entre otras iniciativas -incluso sociales- para ayudar a los escolares más necesitados. Lo que igual ocurre en los días libres.
'La Oración de la Maestra', poema de nuestra insigne Gabriela Mistral, en uno de sus versos, interpreta este sentir cuando expresa: 'Señor, dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejar en ella clavada mi más penetrante melodía para cuando mis labios ya no canten más'.
De ahí, que no se deje de proclamar -y cada vez con mayor acento- que la labor docente requiere, como nadie, desarrollar su ejercicio en condiciones sociales, económicas y pedagógicas cada vez más dignas y justas. Que sean un respaldo que confiera la confianza y tranquilidad indispensables para formar con legítima maestría -en los valores que ennoblecen y por el bien del país- a las nuevas generaciones.