A propósito del 'once' y de las Fiestas Patrias, ¿cómo compaginar aspectos, aparentemente irreconciliables, con el fin de lograr la concordia del país: verdad, justicia, perdón? La tarea de la justicia humana es alcanzar la verdad y la justicia posibles, pero siempre es necesario el perdón. Ofrecer el perdón y dar el perdón. Y aprender a recibirlo de Dios, especialmente en el Sacramento de la reconciliación, supuesto el arrepentimiento. Es, en definitiva, lo único que da la paz, la paz del corazón y de la conciencia, la paz con nuestro Creador y entre las personas y los pueblos.
Es notable el llamado al perdón y la misericordia para con el prójimo que trae el Eclesiástico, en sentencias como ésta: 'Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas'.
Es decir, si un simple mortal no tiene compasión de su semejante, ¿cómo pretende que el Señor le perdone sus pecados? En el evangelio de hoy, Pedro le pregunta a Jesús: '¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?' (Mt 18, 21). La respuesta de Jesús va más allá de siete, número de plenitud, e indica un número indefinido (setenta veces siete), o sea, siempre. Y para remarcar su idea, narra la parábola del perdón.
En ésta aparecemos caracterizados nosotros en nuestra relación con Dios y con los demás.
Somos como ese servidor que tenía una gran deuda con el rey y que ante la amenaza de ser vendida su mujer, sus hijos y posesiones para pagar la deuda, suplicó a su señor de rodillas: '¡Dame un plazo y te pagaré todo!'. El rey, compadecido de aquel sirviente, lo dejó ir y le perdonó la deuda. Pero, éste, al salir, se encontró con un compañero que le debía una cantidad mucho menor, y que pese a la súplica de éste, se negó y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara toda la deuda. Al saber esto, el rey lo mandó llamar y lo increpó diciéndole: '¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?'. E, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
La aplicación es clara: el rey es Dios, que nos perdona gratuitamente nuestras 'deudas', o sea, pecados, ingratitudes con El y ofensas al prójimo.
Nosotros somos aquellos siervos perdonados por Dios que, con frecuencia, nos negamos a perdonar a nuestros semejantes. La conclusión de la parábola es: 'Si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes'.