Corrijamos con caridad
San Mateo nos habla hoy de la corrección fraterna. Se trata de corregir a quien peca. En primer lugar, indica que la corrección al hermano debe realizarse privadamente, es decir, en un clima de amistad, de diálogo, de respeto mutuo. Si no resulta este modo, se puede intentar dar solución al asunto ante dos o tres testigos. Si no les escucha puede intervenir la comunidad. Pero si tampoco escucha a la comunidad se le puede considerar como pagano o publicano (cfr Mt 18, 15-17).
En toda comunidad debe reinar la paz. Sin embargo, como bien sabemos, el pecado obstaculiza la armonía, pues se rompe la comunión perfecta. La solución para encontrar la paz es siempre la búsqueda de la reconciliación, aprender a reconocer las propias faltas y también intentar perdonar de corazón a quien nos ha ofendido. Hoy nos cuesta mucho corregir y nos conformamos con tolerar y pasar de largo. Ya el profeta Ezequiel nos recuerda que es nuestro deber advertir al malvado para que se convierta de su mala conducta, pues está en juego su salvación y la nuestra (Ez 33, 7-9). Jesús nos enseña el modo de realizar este gesto, que debe estar motivado siempre por la caridad. Primero se intenta corregir a solas, sin publicidad, en el respeto y buscando el diálogo sincero, buscando el cambio de vida, antes de que se extravíe definitivamente. El amor y la humildad en este acto son esenciales, pues se realiza buscando el bien del otro y sin aires de superioridad, pues lo que se pretende es simplemente corregir el camino del hermano, sin vanagloria. Una dosis de prudencia es importante, pues se debe buscar el momento oportuno.Hoy día se cree que amar a los demás implica tolerar todo. No está demás decir que una cosa es la libertad auténtica que se vive en el ámbito del bien y otra cosa es el libertinaje, donde la persona que la vive se hace simplemente esclava del mal. Ya nos da miedo hablar de conductas inmorales. Esto no es ni será jamás amor, sino indiferencia por el auténtico bienestar del prójimo, pues el que ama siempre buscará el bien del otro.
La imagen perfecta de la convivencia la entrega Jesús cuando nos habla de la unidad de los discípulos que oran juntos: 'Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se los concederá' (Mt. 18, 19). La oración comunitaria tiene una gran importancia para el Señor, prometiendo siempre su presencia. La Iglesia recomienda la participación en la Eucaristía, la oración en común por la Iglesia, por el mundo, especialmente por los enfermos y los que sufren.
Pbro.Dr. Tulio Soto.