La inspiración, esfuerzo y perseverancia de nobles organizaciones como el Centro de Hijos y Amigos de Chiloé, está posibilitando hoy un importante avance en pos de la concreción del proyecto de recuperación del Monumento al Hombre de Mar, dedicado hace 50 años al capitán mercante Luis Alcázar Haro, pero que inexplicablemente en 1985, por efectos de remodelación urbana, fue retirado de su lugar frente al recinto portuario; tiempo desde el cual permanece desparecido hasta los días de hoy en que se está en campaña tras su recreación.

Desde aquel entonces, que El Llanquihue, cada cierto tiempo, ha proclamado el imperativo de reconciliarse con la memoria del capitán Alcázar (de origen chilote) y la vocación marítima de Puerto Montt, reconstruyendo -ojalá en el mismo lugar- el alegórico conjunto, consistente en la efigie de un faro, una fuente de agua, una gran placa sobre roca y un jardín circundante, conformándose una plazoleta que llevaba el nombre del distinguido oficial mercante, cuya vocación, valor, oficio y destreza marinera connotaron una época de segura y eficiente navegación por los canales sur australes. Este singular monumento -ideado por el afamado artista plástico Manuel Maldonado Barría (Manoly)- fue inaugurado el 28 de enero de 1964, siendo alcalde Víctor Bahm Menge.

De manera que Puerto Montt (puerto marino hasta los huesos) está en deuda con este señero personaje de la historia marítima de nuestro sur patagónico y sus familiares.

Afortunadamente, hoy, se han plegado a los empeños de los descendientes chilotes radicados en esta ciudad, -para revivir el Monumento al Hombre de Mar-, otras bien inspiradas entidades como la Municipalidad local, Armada, Empormontt, Armasur, Marina Mercante Austral, Tripulantes Jubilados de Alta Mar, Marinos Mercantes Universitarios, Pescadores Artesanales de Anahuac, Estudiosos del Patrimonio Histórico, empresarios y personeros ligados al mar.

Enhorabuena, se observa, así, una consistente fuerza unitaria, que no dudamos logrará el objetivo de hacer justicia con la memoria de ese gran hombre y ejemplar marino -Luis Alcázar-, precursor de la navegación mercante hacia los confines del austro.

Hoy se habla mucho de la 'inclusión', es decir, de incorporar, poner dentro, a los que están fuera o se sienten excluidos. Esto ocurre a nivel de la sociedad y también de la Iglesia. Ciertamente, las personas humanas son iguales en dignidad, tienen idénticos derechos fundamentales como también deberes que cumplir; aunque no todas las personas son iguales pues hay complementariedad entre hombres y mujeres. El pueblo elegido por Dios, Israel, había mal entendido la elección como exclusión. Pensaban que los de afuera, los paganos, no podían salvarse sino haciéndose miembros del pueblo judío. Pero, Dios que es Amor, dice por boca del profeta Isaías: 'A los extranjeros que se hayan unido al Señor, para servirlo, para amar al Señor y ser sus servidores…los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi Casa de oración, que será para todos los pueblos' (56, 6.7.8). Esto es lo que muestra Jesús, en el evangelio de hoy (Mt 15, 21-28), luego de probar la paciencia y fe de una mujer, pagana por su religión y extranjera por su origen, que le suplicaba a gritos y postrándose ante El que sanara a su hija, atormentada por un demonio. Finalmente, Jesús le contestó: 'Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!'. Y en ese momento su hija quedó sana. A la primera petición de la mujer, Jesús no le contestó nada. Ante la insistencia de los discípulos de que la atendiera, dice: '¡He sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel!' Pero ante la nueva súplica y postración de la mujer, Jesús la atiende, le habla, y realiza el milagro con su hija enferma. Jesús ha venido como Salvador de todos, pero pide la fe, la confianza en su Persona y la adhesión a su Mensaje. Probó a esa mujer, la incluyó entre los 'hijos' y alabó delante de sus discípulos su gran fe. Así también la Iglesia. Está llamada a ser casa de oración para todos los pueblos, pero hay que atravesar el umbral de la fe, mediante el bautismo, e iniciar un camino que dura toda la vida.

Por eso, desde el inicio a la Iglesia se le llamó simplemente 'la Católica', porque significa universal. El don de la fe no conoce fronteras de raza, cultura o condición social. Pero, pide de nosotros la humilde aceptación de Jesús, el Dios-con-nosotros, y la incorporación a 'su' Iglesia, la comunidad de los creyentes. Mañana celebramos la memoria de san Alberto Hurtado y el Día Nacional de la Solidaridad. El amor a los pobres del padre Hurtado brotó de su fe y amor a Cristo y de su pertenencia a la Iglesia, que es para él el Cuerpo místico de Cristo que prolonga su misión en esta tierra.