Caer con la bandera al tope, luchando de igual a igual hasta el último suspiro, -en cualquier palestra de la vida-, no es sufrir la humillación de la derrota. Por el contrario, la tricolor se agiganta cubriendo, amorosa, a los que cayeron defendiendo -con tanta entrega y valor- su honor en el campo de batalla. En este caso, en la palestra futbolística, donde un puñado de chilenos, vistiendo la casaquilla nacional de la Roja, deslucieron a los pentacampeones mundiales (Brasil) en su propio reducto, obligándolos -ante el asombro del mundo- a media hora de alargue y a la definitoria fase de penales, donde, sin embargo, la suerte no estuvo del lado de aquellos que más merecían llegar a los cuartos de final de la Copa Mundial Fifa 2014.

Cuando se juega con el pundonor, bravura, mística, calidad y amor a su divisa, como lo hizo la Selección Chilena dirigida por Jorge Sampaoli -que opacó al linajudo y soberbio anfitrión-, un traspié tan ajustado como aquel del 28 de junio en escenario carioca, transforma la natural frustración y desilusión enfrentada en el mejor ejemplo de cómo afrontar los desafíos del futuro, doquiera sea el lugar y rubro de la existencia.

Toda una lección que emerge cual clamoroso llamado a la juventud en general -como del fútbol chileno en particular- para que asuma sus responsabilidades, -si quiere ser alguien de valía en la vida-, con la mayor seriedad, pasión, dedicación, perseverancia, fe en sus medios y con sentido del trabajo en equipo. Sólo así se lograrán los objetivos por inalcanzables que se vislumbren y si no aconteciera, el ejemplo que se irradia de esa labor responsable y fervorosa se convertirá en un potente faro, cuya luz iluminará el camino del éxito y la satisfacción del deber cumplido.

Chile no debe amilanarse ni desesperanzarse por no haber llegado más lejos en un Mundial de Fútbol. Las oportunidades no se acaban. El porvenir las seguirá ofreciendo. Esta misma Roja ejemplar aún las puede tener (Copa América y otros mundiales). La misión de empoderamientos futbolístico no se detiene. El bastón de relevo -no lo olvidemos- sabrá cogerlo la generación de recambio. Y hacia ella deben estar dedicados estos esfuerzos y grandes ejemplos de valentía y entrega como los de la Roja 2014.

Jesús quiere saber lo que la gente piensa de él. Los discípulos le responden que unos creen que es Juan el Bautista, otros piensan que es Elías, y otros afirman que es Jeremías o alguno de los profetas. Luego Jesús quiere saber lo que piensan sus discípulos. Aquí aparece Pedro, que reconoce a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le dice que lo afirmado no es revelado ni por la sangre ni por la carne, sino por el Padre que está en el cielo. Jesús dice a Pedro que sobre él edificará la Iglesia (cfr Mt 16, 13-18). No es que Jesús esté preocupado de su imagen, al consultar sobre la opinión que tienen de él, sino de ver simplemente si lo identifican en su condición divina, el Mesías esperado de todos los tiempos. Sólo el Apóstol Pedro es capaz de reconocerlo, pero no lo realiza por la simple luz de la razón o capacidades cognoscitivas, sino porque la luz le viene de lo alto, esto es, se trata de una revelación, una manifestación que sólo puede provenir del mismo Dios. En efecto, identificar la persona de Jesús en su naturaleza divina, es un acto de la fe, que es entendida no como un esfuerzo puramente humano o un acto de la razón natural, sino como un don de Dios, que mueve a la mente y a la voluntad a aceptar a Jesús como Mesías, Dios y hombre. Por la luz de la fe, el alma, la mente y el corazón se abren a una dimensión completamente nueva, pues ilumina para ver la vida y todo lo creado en su dimensión trascendente. En Pedro reconocemos que existe una profesión de fe que es más grande que la expresada por la gente, que sólo es capaz de verlo como un ser especialísimo. Jesús es más que un mero comunicador, un portador de las cosas divinas, pues es el Ungido, el Hijo de Dios, el Salvador largamente esperado. Jesús también hoy día nos hace la pregunta: ¿Quién dices tú que soy yo? Quizás la tentación nuestra será decir de memoria lo aprendido en el catecismo, una respuesta aprendida. Lo ideal sería que respondamos de corazón sobre nuestra fe en Jesús. Ellos fueron llamados por el Señor para anunciar el Evangelio, llegando desde Palestina hasta Roma. Sin embargo, eran muy diferentes. Pedro era un humilde pescador de Galilea, en cambio Pablo era el maestro y doctor. Pablo no perteneció al grupo de los Doce, siendo al inicio un perseguidor de la Iglesia. Fue un celoso perseguidor de los primeros cristianos.

Ambos apóstoles cuestionan nuestra vida y nos invitan a replantear nuestro modo de seguir a Jesús, pues no podemos conformarnos con una fe mediocre, sino sincera, leal y comprometida.

Pbro. Dr. Tulio Soto.