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Pan de vida eterna

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Sentarse a la mesa para compartir es de las actividades humanas más necesarias de la vida. En torno a la mesa se reúne la familia y crece como 'comunidad de vida y amor'. En torno a la mesa se cultiva la amistad, se reconcilian las personas, se toman acuerdos. En torno a la mesa, Jesús celebró la Ultima Cena - la cena pascual de los judíos-, despidiéndose de sus discípulos e instituyendo dos grandes sacramentos: la Eucaristía y el sacerdocio, cuyo sentido de servicio se simbolizó en lavar los pies de sus discípulos.

Hoy se celebra la solemnidad del Corpus Christi, es decir, del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. 'Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía', dijo Jesús en la Ultima Cena mientras tomaba el pan, daba gracias, lo partía y lo daba a los discípulos. Luego, hizo lo mismo con la copa, diciendo: 'Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre, que es derramada por vosotros' (Lc 22, 19-20). Jesús anticipó así la entrega que haría de su vida en la cruz el viernes santo por la redención de la humanidad. Es un misterio inefable de amor, por el cual el Señor se hace real y verdaderamente presente como alimento y compañía nuestra, ofrenda y prenda de la gloria futura. Se llama 'sacramento de la comunión' precisamente porque nos une en íntima comunión de vida con Cristo, Dios y hombre, y con los hermanos, edificando a la Iglesia en la unidad. 'Aunque somos muchos formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único Pan', dice el apóstol.

Pero, a la vez, tiene implicaciones sociales. Es acontecimiento y proyecto de fraternidad. 'El Señor, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza de gran parte de la humanidad'. Cristo sacramentado es 'pan partido para la vida de mundo'. Los antiguos Padres de la Iglesia decían que la Eucaristía es antídoto contra la muerte y remedio de inmortalidad, basados en las palabras de Jesús: 'El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día' (Jn 6, 54). Con razón, la Iglesia anima a trabajar por una cultura de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. El Papa Francisco ha dicho: 'Entre los débiles que la Iglesia quiere cuidar con predilección están los niños por nacer, que son los más débiles e indefensos de todos, a los que hoy se les quiere negar su dignidad humana quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo' (E.G., 213). Acoger a Cristo, Pan de vida eterna, nos da fuerza para promover la cultura de la vida y alcanzar la inmortalidad gloriosa.