La Ascensión del Señor nos recuerda que Jesús se va al Padre, sube al cielo. Nos dice que existe una vida futura, más allá de esta vida, y que nuestra existencia tiene una dimensión trascendente. Si bien, es importante mirar hacia el más allá, pues debemos prepararnos para la vida prometida por el Señor, Él nos invita a continuar trabajando por el mundo en el cual nos toca vivir. En este sentido, nos exhorta a nos quedemos mirando el cielo, como les sucedió a los primeros Apóstoles, cuando vieron elevarse a Jesús y la nube lo ocultó de la vista de ellos. Jesús quiere que nos transformemos en anunciadores de la Buena Noticia en todo el mundo. Para cumplir con nuestra misión no nos deja solos, sino que nos promete el envío del Espíritu Santo, quien nos guiará y nos fortalecerá siempre (cfr. Hech 1, 1-11).
Cristo, resucitado de entre los muertos, sentado a la derecha del Padre, fue elevado por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y es constituido en Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo (cfr. Ef 1, 17-23). La Iglesia, la comunidad de los bautizados, en su misión, queda así unida totalmente a Él, y es una unión inseparable entre lo divino y lo humano, entre la Iglesia terrestre y la Iglesia que ya posee los bienes celestiales (cfr LG 8). Jesús nos ha dejado un mandato: 'Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo' (Mt, 28, 19). La Iglesia, al ser fundada por Cristo, existe para anunciar el Evangelio, es esencialmente una comunidad misionera. Todos nosotros, que hemos sido bautizados y hemos recibido el don de la fe tenemos la misión de anunciar a Jesús, esperando que el mundo crea y se convierta. Esto significa que constantemente tenemos que salir de nosotros mismos, para ir al encuentro de tantas personas que no tienen fe o que no han descubierto la alegría de sentirse hijos de Dios, amados por Aquél que murió por nuestros pecados en la cruz y que resucitó para darnos vida, vida abundante.
Si encontramos dificultades en nuestra misión, recordemos las palabras y la promesa de Jesús hecha a los discípulos: 'Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo' (Mt 28, 20). Su presencia es permanente y nos concede valor y fortaleza. Jesús envía, pero jamás nos deja solos en el camino. Al contrario, va con nosotros y nos indica el camino, nos consuela y nos anima a seguirle en todo momento, en la predicación, en la enseñanza, en la persecución y en los momentos de prueba.