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Olimpíadas isleñas: la cultura de los navegantes aún sigue viva

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Luis Catalán

Las olimpiadas isleñas son un encuentro deportivo que se desarrolla desde 1975 y reúne a las islas de Tenglo (club isla Tenglo), Maillen (club isla Maillen), Huar (club isla Huar), Puluqui (club O'Higgins de Chechil y club Unión San Ramón), Childhuapi (club 21 de Mayo) y Tabón (club Cruz Azul), las que compiten en las disciplinas de fútbol, natación, boga y atletismo durante dos días cada año. La historia relata que fue un grupo de dirigentes de la isla Tenglo quienes en una navegación por el seno Reloncaví y el archipiélago de Calbuco, hicieron la primera convocatoria, para llevar a cabo el encuentro deportivo.

Desde entonces los representantes locales repiten la ruta marítima para reunirse y desarrollar cada vez mejor el evento, el cual hoy en día cuenta con bases establecidas, sanciones según comportamiento de las delegaciones y un nivel de competencia destacado, lo que configura un evento deportivo de calidad. El calendario construido indica que las olimpiadas se desarrollaran en una isla cada año, moviéndose de norte a sur, para volver a comenzar en el norte. Este año el 8 y 9 de febrero se celebró en Tabón, por lo que el próximo año debe ir nuevamente al norte, para recomenzar el ciclo en isla Tenglo.

Sin embargo, para quienes viven en el mundo rural, las olimpiadas isleñas son en rigor mucho más que una competencia deportiva. Estas configuran una gran fiesta que permite el encuentro entre familiares, amigos y vecinos, en un espacio de esparcimiento público. En estos encuentros se mantienen y construyen las relaciones vecinales y de parentesco, y es también uno de los espacios en donde los jóvenes se conocen, para después formar sus familias y hogares.

En el mundo rural, las fiestas religiosas y los encuentros deportivos son los eventos de mayor importancia para la comunidad, puesto que son vehículos de intercambio y reproducción de la cultura, aquella que responde a un particular sistema de vida, una forma de comunicación, una forma de significar lo humano, lo divino y el entorno natural. Para Clifford Geertz, antropólogo de Princeton, la cultura "denota una norma de significados trasmitidos históricamente, personificados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales los hombres se comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento de la vida y sus actitudes respecto a esta".

Esta es la gran importancia de las olimpíadas isleñas, cuando la visualizamos como un espacio que permite revalorar de manera simbólica la identidad cultural de los sujetos y el compromiso con un sistema de vida, que en su momento pareció desvalorado y discriminado. Su particularidad radica en el concepto "isleña" que parece refigurar una identidad rural-marítima de los sectores involucrados, al ser un encuentro exclusivo de aquellos que forjaron una cultura de navegantes y que ancestralmente se han comunicado a través del mar, generando un circuito de rutas de navegación que es parte de un espacio de vida cotidiano. A esto la geografía moderna le denomina Maritorio.

Un ejemplo de la profunda identidad socio cultural de lo rural y los alcances de su territorio, es la participación de dos jugadores del club deportivo San Martín de Puerto Varas en las olimpiadas rurales representando al O'Higgins de Chechil, el mismo día en que San Martín disputa la final rural de Puerto Varas. Cuando le pregunté a Sergio, uno de los jugadores de San Martín, ¿por qué vino a jugar a las olimpiadas en desmedro de la final de fútbol rural de Puerto Varas? , me respondió:

"Y después ¿qué le digo a mi suegro y a mis tíos? ¿Y a mi señora? Todos somos del O'Higgins yo nací en este club. San Martín siempre supo, de principios de año, que hoy yo venía a jugar las olimpiadas, así que este era mi compromiso, a mí me gusta jugar las olimpiadas y ojalá ganarlas".

En las olimpiadas ningún atleta participa por dinero, todos representan a sus localidades por compromiso e identidad, es amor propio a la tierra, la comunidad y la familia, parece un nacionalismo asolapado y local, mezclado con un romanticismo lárico, que nos recuerda lo fragmentado de esta nuestra identidad en otros lados.