Hacer ciudad con sentido común
Desarrollar nuestro borde costero es también no cubrirlo con grandes edificios y así mostrar nuestro mayor tesoro: el mar.
Periódicamente, hay que insistir en los imperativos de evitar las grandes construcciones en nuestro borde costero, con la finalidad de no perjudicar el principal atractivo y sello de identidad que distingue a Puerto Montt: su bahía y el seno de Reloncaví. Al que, primordialmente, la gente visita para conocer y disfrutar de los singulares atributos de ese incomparable paisaje marítimo, que en consecuencia debemos mantener siempre en vitrina y con las mayores facilidades para que ese especial recurso sea turísticamente compartido.
Una de las demostraciones de estos desaciertos urbanísticos -así reconocido por legos y expertos- es el nuevo edificio del Terminal de Buses en la costanera, que cubrió un importante espacio de ese céntrico sector ribereño impidiendo la visual hacia el mar y la gran isla, e incluso desde la llegada misma de los pasajeros que se encuentran con esa mole haciendo de biombo impenetrable. Y una vez en el interior -como certeramente lo resalta un lector en carta enviada a este matutino- ese visitante tampoco encuentra facilidades ni nada propicio para contemplar nuestro bello escenario marino, que se caracteriza por la tersura de sus aguas y la naturaleza insular y volcánica circundante. Entonces, -afligido y resignado-, en su misiva clama porque a lo menos se remodele y habilite mejor en su interior el rodoviario, para que el público pueda disfrutar de la visión marítima sobre todo cuando comparte servicios de restorán o de espera en el movimiento de buses. La bien intencionada sugerencia bien podría ser complementada con un adecuado acondicionamiento estético en la parte posterior del terminal, para que en su conjunto no represente un chocante contraste con el hermoso paisaje oceánico vigente a pocos metros del recinto.
Otra muestra de estos yerros en el hacer ciudad -también ya públicamente recalcados- ha sido la instalación de nuevos refugios peatonales, que la verdad es que no refugian de nada y menos de nuestro inestable y lluvioso clima. Lo que ha obligado a una nueva inversión para corregir esos defectos.
Lo preocupante de ésto es que, no obstante ser de sentido común no tapar la vista al mar con edificios y colocar paraderos que protejan del mal tiempo, se sigue incurriendo en el porfiado equívoco.