Honor a artífices del gran Estadio
Reinaugurado el hoy moderno Estadio de Chinquihue, justo es recordar a sus esforzados y perseverantes precursores.
A propósito de la memorable reinauguración del Estadio de Chinquihue, con la participación de dos clubes profesionales chilenos de primera línea (U. de Chile y U. Española) -aunque preocupó la ausencia del anfitrión Deportes Puerto Montt-, hubo una involuntaria omisión que se notó y que muchos deportistas de aquel entonces hicieron ver con posterioridad al suceso: no se recordó a los verdaderos artífices que hicieron posible con su iniciativa, voluntad, fervor y trabajo- que esa magnífica obra futbolística sea hoy el más grande orgullo de los puertomontinos.
Por eso es que -procurando hacer justicia- recordamos hoy que un grupo de 42 personas, algunas de las cuales ya están fallecidas, encabezadas por Raúl Vargas, asumieron voluntariamente la responsabilidad de dar la batalla decisiva por la definitiva construcción de un digno estadio para la ciudad y sus futbolistas, que a comienzos de la década del 80´ en ese lugar no era más que una pampa cubierta de matorrales de chacay y una cuantas graderías de cemento. Para justificar su edificación, esos visionarios porteños acometieron el gran desafío de organizar el Campeonato Nacional de Fútbol en el verano de 1982. Con mucho esfuerzo y el apoyo de autoridades como el alcalde Jorge Brahm, consiguieron que llegasen los recursos y la inversión fructificara en un trabajo sostenido que culminó en el hermoso Estadio que hoy tenemos.
Fueron heroicos tiempos de mucho sacrificio, donde predominó el ingenio y la perseverancia para superar etapas y avanzar en la obra. Tal cual como se hizo para dotar de un eficiente drenaje a la cancha de fútbol, mediante la colocación de conchas de locos, lo que dio excelentes resultados. O lo que se tuvo que aportar en la preparación de la selección local para que estuviera en las mejores condiciones de salud y físicas, llevándoles, por casi seis meses, ollas de comida a los jugadores en su lugar de concentración para que estuvieran debidamente alimentados, así como otros recibían esa vital asistencia cada día en casa de un directivo organizador.
Eran pocos los medios de que se disponía. Pero era infinita la fuerza interior de hacer. Ahí está el gran Estadio y el título nacional 82, cual honroso monumento a la fuerza de la voluntad y el corazón.