El desarrollo de las ciudades va de la mano ciertamente de obras emblemáticas de adelanto, pero también de la mantención de ciertos aspectos que contribuyen a que nuestra percepción del entorno sea mejor. Y ello, en líneas generales, contagia y hace que todos cuidemos más aquello que termina siendo parte de nuestras vidas.

Por lo mismo, son destacables grandes obras como la fuente de aguas danzantes recientemente inaugurada en el centro de Puerto Montt, que de seguro, en temporada estival atraerá a los turistas; así como también son valorables todas las inversiones de este tipo, que por ejemplo, mejoren la imagen de calle Varas -principal arteria del centro de la capital regional-, o la transformación que pretenden hacer de la costanera, en un espacio para la familia y los visitantes, y ya no más en un punto negro de la ciudad.

Desde luego, las necesidades siempre son mayores que los recursos disponibles y el desafío de tratar de dar respuesta a todas las demandas, parece ser una quimera; pero nos parece justo destacar también, aquellas acciones que aunque no representen grandes inversiones, van en beneficio de la comunidad, y a la postre le mejoran la calidad de vida a la población en general.

En ese sentido, resulta positivo destacar las obras que se ejecutaron tanto en calles céntricas de Puerto Montt, como en ciertas arterias concurridas, para tapar diversos hoyos que ya parecían cráteres, y que cada vez que los conductores pasaban por ahí, lo sentían y sufrían.

Y en la misma línea de destacar acciones que intentan mejorar el entorno, está lo ocurrido con los paraderos de la locomoción colectiva de la Costanera, los cuales fueron brandeados con logos del municipio y mensajes que llaman a cuidarlos; cuestión que aunque parezca irrelevante, en algo ayuda a crear conciencia para que la gente efectivamente los cuide y no los destruya.

Del mismo modo, hay que hacer un llamado eso sí, para mejorar la mantención de plazas, jardines y áreas verdes en espacios públicos; que debieran estar siempre en óptimas condiciones, no sólo porque acá la lluvia posibilita que luzcan siempre frondosos y con un verde intenso; sino además porque no abundan; y el descuido de los mismos, no hace más que acrecentar esa sensación de vivir rodeados de hormigón y escasa naturaleza.

En consecuencia, hay acciones, que aunque parezcan menores, ayudan a mejorar el entorno y a que todos aprendamos a querer y cuidar el lugar donde vivimos.

Hace algunas semanas se reunieron en Puerto Montt distintas autoridades para enfrentar la ya recurrente pregunta sobre la identidad de la ciudad. No es novedad que esto sea motivo inquietud.

A partir de su proceso de modernización económica iniciado ya hace varias décadas, Puerto Montt pasó de ser una capital de provincia entre varias otras, a ser la principal metrópolis la zona sur del país. Esto ha traído beneficios en términos de empleo y generación de riqueza, pero a costa de desdibujar la identidad de una zona hasta hace no mucho aún heredera del antiguo poblamiento alemán y chilote del astillero de Melipulli.

Es así como, en el territorio habitado, al decir del escritor calbucano Esteban Barruel, por la gente de la ciudad, el campo y el mar, hoy lo más representativo sea una estatua desproporcionada en la costanera, inspirada en una canción compuesta por un conjunto extranjero que nunca pisó la ciudad.

El pensador británico Edmund Burke señalaba en el siglo XVIII que las sociedades no se constituyen sólo por quienes viven en el presente, sino también por los que han muerto y por aquellos que vendrán a futuro. Sin embargo, hoy nuestra ciudad se construye sin planificación alguna del futuro, y sin mayor respeto por su pasado. Hoy los muertos en Puerto Montt valen poco. Del paisaje que conocieron, incluyendo sus humedales, bosques y construcciones patrimoniales, no queda mucho.

Incluso el finado Fortuoso es cubierto por un manto de olvido, mientras la ciudadanía observa cómo de este orden espontáneo surge una ciudad "Frankenstein", que busca parecer un Santiago austral, pero apretujada en una infraestructura pública saturada y descuidada. Mientras tanto, se gasta más de un millón de dólares en una nueva pileta, "la más moderna de Sudamérica", como eco del viejo y frustrado proyecto de ser "la primera ciudad con wifi gratis" anunciado hace más de una década. Aunque ya no se use como lema, la ciudad sigue intentando navegar al futuro, pero sin un claro proyecto de futuro.

No queda duda de que Puerto Montt ya no es el Melipulli de antes. De los viejos veleros chilotes sólo quedan piezas de museo, y en el lugar de la antigua estación de trenes, hoy tenemos uno de los malls más grandes del sur de Chile.

Probablemente esta pérdida deba ser asumida, pero mientras la comuna busca con ansias su identidad de futuro, no debe olvidarse de lo que fue en el pasado, tal vez el único tiempo en donde alguna vez tuvo identidad.

Pablo Paredes Investigador Centro de Sistemas Públicos -CSP- U. de Chile.