Alejandro Bernales Maldonado. Diputado (PL) de la República. Región de Los Lagos.
Hace un par de semanas en redes sociales se encendió la discusión sobre el mal estado de la costanera de Puerto Montt, tras la denuncia realizada por Rodrigo Guendelman, reconocido periodista y fundador de la plataforma ciudadana "Santiago Adicto" y del programa "Hay que ir" que transmite Canal 13 en su noticiero central.
En twitter el periodista le manifestó al alcalde Paredes sentir "pena y vergüenza", al caminar por la costanera y ver el visible estado de abandono y falta de cariño en la ciudad. La denuncia recibió apoyo de cientos de usuarios. Por supuesto, decenas de la región.
Como es de esperar, al día siguiente la cuenta oficial de la municipal explicaría la existencia de trabajos de recuperación de la costanera para hacerla paseo familiar, por lo menos, entre el tramo de Empormontt y Terminal de Buses. Junto con estos trabajos, la existencia de un proyecto emblemático del Minvu hermosearía una de las costaneras más feas de Chile según las propias palabras de la máxima autoridad de ese servicio y, de paso, le cambiaría la cara a toda la ciudad. En una encuesta realizada por este mismo medio los resultados a la pregunta, ¿Considera que la costanera de Puerto Montt es una de las más feas de Chile?, son categóricos. Un 80% de quienes respondieron a esta consulta ciudadana coincidieron en calificar a nuestra costanera como una de las más feas del país.
Es cierto y no podemos desmentir que al caminar por nuestro borde costero es muy probable no encontrar las mejores postales de la ciudad. Basura en el piso y en el mar, malos olores, gente bebiendo alcohol, paraderos y veredas en mal estado, juegos de niños con falta de mantención y un sin número de otros problemas.
En lo personal, y contra los resultados de las encuestas, creo que tenemos uno de los bordes costeros más bellos de Chile. Desde la magia de Chinquihue hasta Caleta La Arena pasando por angelmó y la renovada costanera de Pelluco, luego por Piedra Azul, Quillaipe, Metri y Lenca. Nuestra costa tiene un potencial enorme y poco explorado. El problema está en que no hemos apreciado nuestros atributos y hemos dejado la planificación de lado. No sigamos dándole la espalda al mar.
La palabra
construye realidad
La Iglesia este domingo nos presenta en la liturgia de la Palabra, una lectura del Libro del Eclesiástico que nos dice: "Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación". (Eclesiástico 27)
Esta palabra nos lleva a pensar la importancia del lenguaje como constructor de realidad y además como configurante de las relaciones humanas. Sabemos bien, por la experiencia, que lo que decimos muchas veces nos puede llevar a construir un buen o un mal ambiente, como también una palabra pronunciada en el momento justo puede ayudar a alguien, o también hundirlo. ¿Qué poder tiene la palabra?, reconocemos por la evidencia que mucha.
Por lo tanto, el texto de la primera lectura de hoy nos revela que nuestro hablar, nuestra forma de comunicarnos, tiene que ejercitarse con cuidado y siempre sabiendo que lo que digamos puede influir mucho en aquel que nos escucha.
El científico chileno Humberto Maturana dice: "Sólo a través del lenguaje el ser humano puede explicar su experiencia en el vivir y asimilarla a la continuidad de su praxis de vida, el comprender es inseparable de la experiencia humana". Cabe preguntarse: ¿en el tiempo del "Whatsapp y los "emoticones", hemos crecido o disminuido en nuestros niveles de comunicación interpersonal?, ¿los niveles en que nos comunicamos son profundos o superficiales?
El Papa Francisco ha repetido en muchas oportunidades la necesidad de pronunciar algunas palabras clave en nuestra vida, precisamente para mejorar nuestras relaciones interpersonales, para comunicarnos mejor en familia: "…esas palabras son: «permiso», «gracias», «perdón». En efecto, estas palabras abren camino para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas de llevar a la práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de custodiar la casa, incluso a través de miles de dificultades y pruebas; en cambio si faltan, poco a poco se abren grietas que pueden hasta hacer que se derrumbe.
Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la «buena educación». Es así, una persona bien educada pide permiso, dice gracias o se disculpa si se equivoca", ¡cuan lejanos estamos hoy de hacer vida en nuestra experiencia estas sencillas palabras!
Ricardo Morales G.
Administrador apostólico Arzobispado de Puerto Mont.