La semana pasada se realizó en Puerto Montt la décima versión de la afamada Aquasur, encuentro de carácter internacional que reúne a miles de invitados, de una veintena de países, para discutir los temas más relevantes de la industria acuícola.
Con negocios y especulaciones sobre cómo se maneja la industria, entre sus encuentros destacados estuvo la tercera versión del Seminario Internacional de Sustentabilidad "Global Salmon Initiative", en la que se conversaron diversos tópicos como, por ejemplo, cómo se ve la industria desde una perspectiva política o factores del cambio climático que los afecta.
Una de las reflexiones que fue transversal a todos los exponentes, y que a esta altura no es novedad, luego de varias décadas de desarrollo de la salmonicultura en nuestra región, fue la (deficiente) relación con las comunidades y, por consecuencia, la imagen del sector.
Y es que claro: pese a todos los golpes económicos y medioambientales por lo que han pasado las empresas locales -partiendo por la inicial crisis por el virus ISA que terminó con miles de personas despedidas y nunca recontratadas-, pareciera que los aprendizajes no han estado a la altura de los problemas, o al menos no públicamente.
Pese a que la salmonicultura es uno de los ejes económicos de la región, la ciudadanía sigue viendo con recelo sus procesos, sus decisiones y sus declaraciones (o ausencia de ellas). Sin ir muy lejos, las miradas se han posado sobre su accionar, en las últimas semanas, con la polémica descarga de salmones muertos de la nave Seikongen y el masivo escape de peces desde las instalaciones de Marine Harvest.
Sobre el primer caso, no está demás recordar la oposición que el proceso ha tenido en cada comuna que se ha visto vinculada. Pese a las explicaciones de la inocuidad del proceso, la comunidad simplemente no lo creyó. Sobre el escape masivo, aún existen enormes discrepancias de lo ocurrido entre organismos gubernamentales y la propia empresa. Versiones contrarias que vuelve todo muy poco creíble.
¿Al final? Todo confuso y siempre bajo un manto de duda que instala al gremio -independiente de sus intenciones- en la vereda del vecino "poderoso" en que la gente no confía.
Desde hace años la industria asegura que quiere ser cercana y vincularse de mejor forma con quienes viven en nuestra zona, pero hasta ahora no se ven mayores avances. Si de verdad buscan una sostenibilidad empresarial, ganar la confianza de la gente es urgente. Hay que ir más allá de alguno que otro proyecto de RSE, hay que demostrar transparencia a toda prueba y eso solo se gana con hechos, no solo con palabras (e intenciones).