Hoy se conmemora a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, cuyos religiosos se encuentran muy arraigados a Puerto Montt, a través de la centenaria y admirable misión docente, que con tan abnegada dedicación vienen cumpliendo los sacerdotes jesuitas. Una integral formación, que -desde la lumbre de la fe cristiana- ha ido forjando a varias generaciones de jóvenes inspirados en la solidaridad y el servicio al prójimo. Encarnando el lema pedagógico jesuita: Formar para Servir.
El santo español, que fue militar en su juventud, antes de convertirse en líder religioso, y que cobró fama por sus Ejercicios Espirituales, su gran legado de reflexión, fue celebrado con una santa eucaristía el domingo 29 -por la comunidad jesuita local- en el histórico templo de calle Gmo. Gallardo.
Se extrañó, en esta oportunidad, la siempre cálida, solemne y emotiva participación del órgano jesuita, que por imprevistas circunstancias no pudo acompañar esta vez.
El recuerdo de San Ignacio permite hacer unas cuantas reflexiones sobre este apreciado instrumento musical traído de Europa en 1909, por cuya reactivación hubo que dar una ardua y prolongada gestión, sobre todo por su enorme valor patrimonial, histórico y religioso. Campaña que comenzó en 2008, con el primer aporte del músico Carlos Weil. Hasta que surgió la excepcional contribución del ex alumno sanjavierino Iván Brauning que, en 2013, detectó las fallas del órgano y lo restauró en una paciente y minuciosa tarea. Así, en gloria y majestad, revivió veladas culturales y solemnizó actos religiosos en la iglesia jesuita. Posteriormente, cada vez se fueron espaciando más sus tocatas. Hasta que en el último tiempo, el órgano puertomontino se ha dejado de tocar. Lo que es muy dañino para el renacido instrumento. Porque "órgano que no se toca, se muere", como lo ha reconocido el propio organista Jaime Teuquil, quien también ayudó a revivir el referido tesoro musical.
Es de esperar que ello no ocurra y este patrimonio siga honrando con sus melodías a Puerto Montt.