Llegado el último día del año 2017, como de cualquier otra etapa cumplida, no se puede dejar de hacer una pequeña reflexión en cuanto a nuestro comportamiento dentro de los esfuerzos de superación de Puerto Montt y la zona. Si hemos sido solidarios en ese progresar o sólo meros indiferentes espectadores. De crítica fácil y sin compromiso. O propositivos y colaboradores.

Lo importante y clave es que seamos mejores autoridades y ciudadanos en el 2018 por comenzar. Sobre todo, mejores personas. Abiertos al entendimiento, a la mutua cooperación y a la unidad. Y de ese modo, enfrentar los desafíos presentes y futuros, con fervor y decisión. Pero, al mismo tiempo, en un ambiente de armoniosa paz y comprensión.

Entre esos retos que acometer con determinación y sin pausas, continúan haciéndose notar prioridades fundamentales en nuestra comuna, como la definitiva erradicación de los campamentos de miseria en la capital regional y la consolidación de una seguridad pública cada vez más libre de delincuencia. Y así se pueda vivir y trabajar dignamente y en paz social.

En cuanto a las grandes aspiraciones materiales puertomontinas, los mayores anhelos siguen siendo que se cumplan o inicien en 2018 trascendentes proyectos como el desarrollo de Monte Verde; el ornato y optimización del borde costero local; la remodelación y modernización de Angelmó, unido a la puntilla de Tenglo; el afianzamiento de los barrios y rutas patrimoniales; el servicio del tren entre Alerce-Puerto Montt-Puerto Varas; el terminal de cruceros internacionales, entre otros planes menores. Lo primordial es que cada año se vaya viendo un tangible progresar en la concreción de esas obras, que son vitales, sobre todo, en el potenciamiento turístico local.

Si hemos escogido el turismo como palanca desarrollista, agreguemos a la hospitalidad mejorar los medios de información turística al visitante, entre otras diligentes atenciones a su servicio.

Encomendados al Creador, confiamos en un 2018 pleno de gratas sorpresas para todos.

San Lucas nos narra que Jesús es llevado por sus padres a Jerusalén para ser presentado al Señor, ofreciendo en sacrificio un par de tórtolas o pichones, como ordena la Ley del Señor. Aparece Simeón, hombre honrado y piadoso que esperaba la liberación de Israel y a quien el Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de ver al mesías. Simeón tomó en brazos al niño y alabó a Dios, afirmando que sus ojos han visto la salvación preparada por el Señor. También dijo a María que el niño será causa de caída y de elevación para muchos, será signo de de contradicción y a ella misma una espada le atravesará el corazón. Aparece Ana, hija de Fanuel, dando gracias a Dios, hablando acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después volvieron a Nazareth, donde el niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba (cfr Lc 2, 2-40). Los padres de Jesús cumplen con los ritos establecidos por la Ley. De esta manera asumen la tradición judía, se encarnan realmente en la vida del pueblo de Israel. Junto con cumplir con lo mandado por la Ley, el texto sagrado destaca la misión de Jesús, esto es, como Salvador del mundo, pues será la luz para los pueblos paganos y la gloria de Israel. Además, la misión salvífica de Jesús pasará por el camino de la cruz. Así se une la Navidad con la Pascua.

Para que Jesús cumpla con su misión tendrá que vivir y desarrollarse en el seno de una familia. María y José tendrán que proteger a Jesús, educarlo, formarlo y amarlo mucho. De este modo, ellos permiten que se cumpla el plan de Dios en la humanidad.

Jesús recibió siempre el amor de sus padres. Es en el contexto de una familia donde iba creciendo en estatura y en la gracia de Dios. Allí aprendió lo que significa el trabajo cuotidiano, la oración, adquirió muchos valores y se educó en las virtudes necesarias. Jesús vivía sujeto a sus padres, aprendiendo el valor de la obediencia y el respeto por ellos, de modo que pudo vivir perfectamente el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, que nos recuerda lo importante que es honrar padre y madre, de palabra y de obra.

Pbro. Dr. Tulio Soto.

Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.