Como nunca y más que nunca, duele el alma y conmueve el corazón, tan estremecedora e incomprensible tragedia, como la recientemente ocurrida en la vecina ciudad de Llanquihue, donde perecieron atrapados en un incendio tres hermanitos de 9, 10 y 15 años, después de unas cuantas horas de mudarse la familia a la nueva casa, que fue destruida por el fuego aquella madrugada cuando iniciaban el descanso tras la dura tarea del cambio de domicilio.
Tan angustiados como las mismas personas afectadas por este increíble y cruel siniestro, -solidarizando con ellas en estos aciagos momentos-, invocamos al Señor que consuele y fortalezca a esta abatida familia, que sufrió la irreparable pérdida de sus tres hijitos y del inmueble donde acababan de trasladarse. Dramática situación, que motiva e inspira la más espontánea solidaridad y humanitario espíritu de la comunidad de la provincia, que de distintas formas ha comenzado a ayudar material y moralmente a los damnificados.
Se anhela que esta generosa cooperación se incremente y surja también el apoyo espiritual y psicológico, que ameritan los padres de los niños fallecidos. Porque no hay sufrimiento más grande para un ser humano, que el deceso de un hijo, más aún si se trata de tres menores, como en el caso señalado. Ese respaldo moral, de la gente como de las instituciones afines, es indispensable, así como también las colaboraciones de otro tipo, porque aquella desgracia desamparó a esta familia.
Esta dolorosa experiencia, así como otras anteriores de cierta similitud, surgidas de violentos incendios, instan a una reflexión en cuanto a nuestros comportamientos de autocuidado y prevención en los respectivos hogares. Muy especialmente en el manejo de las cocinas a leña y de los calefactores que funcionan a gas, parafina o electricidad.
Hay que estar pendientes de ellos. Mantenerlos limpios y acondicionados. Y sin objetos inflamables cercanos ni menos ropas para secar.
Compartiendo el pesar de los dolientes, renovemos este compromiso de alerta y precaución.