Se acaba de hacer absoluta justicia -en una merecida demostración de gratitud y reconocimiento de nuestro país- con el célebre arqueólogo estadounidense Tom Dillehay, descubridor de los vestigios del asentamiento humano más antiguo de América en Puerto Montt (Monte Verde), al concedérsele en el Parlamento la nacionalidad chilena por gracia, que se oficializará dentro de poco.
El proceso de este acontecimiento demoró un largo año, pero ya es una feliz realidad, que los puertomontinos y sus autoridades, especialmente, anhelaban sobremanera.
Nada más justificado que ese imperecedero homenaje hacia quien -con su experticia y experiencia en el ámbito de las ciencias arqueológicas y de la antropología global- dio renombre a Puerto Montt y a Chile en el plano internacional, como la egregia cuna de los primeros esbozos de la civilización americana. Lo que se produjo con el portentoso hallazgo, en 1977, a pocos kilómetros de la capital regional, de cientos de reliquias prehistóricas relacionadas con esas primigenias comunidades y las huellas de las pisadas humanas y restos de animales, cuya data revela los 14.500 años. Y más tarde, en 2015, al reanudar las excavaciones, descubrir piezas de mayor antigüedad, que se aproximan a los 18.500 años, confirmándose así la extraordinaria importancia e influencia de este tesoro prehistórico puertomontino, que hoy postula a patrimonio de la humanidad.
Sin embargo, para que este testimonio de afecto y admiración hacia el científico Tom Dillehay, -ahora chileno-estadounidense-, alcance su verdadera profunda y magna dimensión, será preciso cristalizar la obra de construcción del ansiado Museo de Monte Verde. Donde preservar las preciadas reliquias prehistóricas, y el complejo de sitio, en el cual recrear esa milenaria existencia humana.
Así, también, nuestro ahora flamante compatriota, junto con desentrañar los orígenes americanos en tierras locales, ha descubierto y conquistado igualmente la sensibilidad -agradecida y afectuosa- de los habitantes de hoy por estos confines.