Comenzaba una apacible tarde del 21 de mayo de 1960, cuando se produjo la catástrofe telúrica más violenta y destructiva de la historia de la humanidad (entre 8 y 11 grados), que azotó a Puerto Montt y las regiones del sur de Chile, incluyendo el día 22. Aciago episodio que -a 57 años de ocurrido- rememoramos hoy casi con la angustia de aquel entonces, pero con el convencimiento de haberlo afrontado valiente y dignamente. Y con la firme decisión de sobreponerse, luchando sin pausas, hasta renacer desde los escombros, confiados en un porvenir labrado por las propias manos, bajo el manto de la fe cristiana y una inquebrantable voluntad de superación, trabajo, esfuerzo y sacrificio.

Junto a la invalorable pérdida de vidas, hubo cuantiosos destrozos materiales causados por el cataclismo. Angelmó se desplomó, al igual que las instalaciones portuarias quedaron destruidas y las grúas hundidas en el mar. La Estación ferroviaria se derrumbó. El antiguo malecón y el muelle de pasajeros, desmoronados y quebrados. Y con graves daños: el Hospital Regional, Base Naval, escuelas, iglesias, molinos, hoteles, puentes, pavimento de la carretera y otros. Como igualmente el 70 por ciento de las casas de la ciudad cayó, y muchas quedaron inclinadas o resultaron casi inservibles.

En medio de ese desolador panorama, sin embargo, se irguió una comunidad agigantada en solidaridad. Con sus Bomberos, Fuerzas Armadas y de Orden, Defensa Civil, Cruz Roja, Club Aéreo, sus organizaciones vecinales, entre otras instituciones, férreamente unidos hasta rescatar a la ciudad desde sus cenizas y levantar la moral ciudadana. Mientras que -internacionalmente- también los puertomontinos y sureños se conmovieron con el humanitario y oportuno auxilio -moral y material- de países como Estados Unidos, México y la Alianza para el Progreso, que prestamente llegaron a socorrernos.

Medio siglo después, asimilada esa dura experiencia, el temple se aceró, el espíritu es más fuerte y se está siempre alerta. Dispuestos a vencer, aunque de la furia de la Naturaleza se trate.

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos que si lo aman cumplirán los mandamientos. También les dice que rogará al Padre para que les dé otro Paráclito, que es el Espíritu de la Verdad, que permanecerá con ellos. Además, les dice que no los dejará huérfanos (cf Jn 14, 15-21). Jesús nos habla en este día del amor. Nos dice que nuestro amor por Él debe verse reflejado en el cumplimiento de los mandamientos, en obedecerle sinceramente buscando su voluntad. Recordemos que el principal mandamiento que el Señor nos ha dejado es amar a Dios y al prójimo, que es el resumen de toda la Ley. Esto significa que amarle de corazón no es solamente un sentimiento o una idea, sino que se traduce en obras concretas de bien. Recordemos el dicho: "Obras son amores, no buenas razones". En efecto, el amor al Señor se manifiesta en el amor a nuestros semejantes. Lo mismo podemos decir de la fe en Cristo, pues la fe se traduce en obras, y una fe sin obras carece de sentido. Por eso, debemos estar atentos cuando decimos que amamos a Dios, pues fácilmente nuestra caridad puede quedarse solamente en palabras y promesas, sin una entrega generosa a Dios o al prójimo. Somos hábiles para prometer, pero más allá de las palabras bonitas o los discursos, lo más importante será siempre que nuestra caridad sea efectiva. ¿Cómo podemos medir nuestro amor a Dios o al prójimo? Por medio de gestos concretos de amor, en la familia, los amigos, el trabajo, en el ambiente en el cual nos corresponde vivir y desarrollarnos.

El estilo de nuestro amor lo encontramos en el mismo Jesús, que dio la vida por sus amigos, se entregó en la cruz por nosotros, por nuestros pecados, buscando nuestra salvación. Él, con su vida, nos enseña que nuestro amor debe expresarse en gestos concretos: escuchando a los demás, procurando comprender al prójimo, respetando la dignidad de cada persona, perdonando de corazón, y solidarizando con los más pobres y los que sufren de la sociedad.

Para amar de verdad, Jesús no nos deja solos en el camino. Nos promete el envío del Espíritu Santo, que será nuestro consejero, nuestro guía y nuestro abogado.

Pbro. Dr. Tulio Soto.

Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.