En pleno Mes del Mar, con la mirada y el corazón puestos en el océano que nos acompaña desde siempre, los porteños reflexionamos en ese singular privilegio de vivir junto al mar, creciendo y desarrollándonos con los frutos de sus entrañas marinas y su plataforma de transporte y conectividad progresista hacia otros confines. Como también reconocemos que solemos caer, inexplicablemente, en actitudes mediterráneas que, equívocas, nos llevan a buscar -sin resultados- el desarrollo de espaldas a ese mar que es la razón de ser e identidad de Puerto Montt.
Las reflexivas y contundentes observaciones recientemente formuladas -a través de El Llanquihue- por el periodista puertomontino Alipio Vera, Premio Nacional de Periodismo 2013, desde su residencia de descanso en Carelmapu, resaltan oportunamente y sin tapujos aquel derrotero errático de Puerto Montt, poco afín y despreocupado de lo marítimo.
Este connotado comunicador, que pasó momentos juveniles felices remando por el canal de Tenglo y que aprecia en el alma lo que el mar significa, -y sin que se oponga al progreso-, no logra comprender cómo se le ha ido instalando un sombrío muro de edificios a la zona ribereña de la capital regional, que priva a la misma población y a las visitas, por cierto, de disfrutar de lo más maravilloso que tenemos: la bahía y la cuenca del Reloncaví, las islas y los volcanes.
"No puede ser progreso -subrayó Vera- que llenemos nuestro borde costero con gigantescos monstruos de cemento, como los centros comerciales y el terminal de buses, todos los cuales debieran estar en la parte alta de la ciudad y no en la primera línea de la costa".
El lamento de este talentoso periodista coterráneo, que ha recorrido el mundo y acopia invalorables experiencias, amerita consideración. No puede pasarse por alto. Es una voz de alerta, que nos llama, como habitantes, a ser más porteños. Y como puerto, mucho más identificado con el mar. Un sello que nos une, desarrolla y proyecta hacia el futuro.