Puerto Montt tiene un paisaje marítimo-insular-volcánico demasiado hermoso, -único para quienes llegan a conocernos ya sea desde el mismo país o del extranjero-, como para no disponer para ellos de los mejores y óptimamente acondicionados miradores, estratégicamente emplazados en sus colinas y altas terrazas.
Debiendo, por tanto, esos balcones brillar por la calidad de sus atributos y facilidades, para recibir a los admiradores de la singular visión panorámica que ofrece la capital de la Región de Los Lagos, -luego del reporteo en terreno de El Llanquihue- sorprende que la realidad muestre a esos equipamientos en chocante situación de descuido, suciedad y desorden. Un destartalado aspecto, que no hace más que confundir y ahuyentar a los turistas, que sueñan con llevarse de recuerdo las mejores imágenes de la simpar belleza natural y autóctono estilo urbano de la ciudad de Puerto Montt.
Esas negligencias en la mantención óptima de los miradores y el maltrato que le dan los propios puertomontinos que, irresponsablemente, los ensucian, dañan y transforman en repelentes lugares de consumo de alcohol y drogas. Como así lo revelan los envases y otros desperdicios allí diseminados. Inconductas que también perturban, sobre todo por las noches, la tranquilidad que amerita el vecindario, como así la gente lo ha denunciado.
Para los viajeros de los últimos cruceros llegados desde Europa a este puerto, que accedieron a algunos de los miradores en cuestión, como el de Bellavista, fue muy ingrato conocerlos, por su desaseo y aspecto poco acogedor.
La isla Tenglo -que debiera estar poblada de balcones naturales- el más importante que tiene en la altura de la puntilla, no resalta justamente por ser muy prolijo, atractivo y accesible.
De esta manera, se van sumando las voces de visitantes desencantados por detalles como los señalados. Algo en lo que Puerto Montt debe estar muy atento en superar, sobre todo por sus legítimas aspiraciones de liderar en el turismo patagónico.