A lo largo de su historia, Chile ha sido castigado frecuentemente por terremotos, maremotos, marejadas, erupciones volcánicas, temporales, aluviones, sequías, y fenómenos de mareas rojas, entre otros.
La lista es larga, y varios de estos fenómenos naturales tienden además a hacerse más intensos y frecuentes, bajo un cambio climático muy evidente.
Los chilenos nos sentimos orgullosos de nuestra capacidad de salir adelante una y otra vez de los efectos de estas catástrofes, poniéndonos de pié en cada dura circunstancia.
Somos como monos porfiados, los golpes solo nos tumban transitoriamente, pero allí estamos de nuevo, esperando el próximo golpe inevitable para levantarnos otra vez.
Apostamos a reconstruir rápida y eficazmente, pero escasamente a anticipar los desastres naturales y prevenir sus consecuencias. Y esta mirada tiene consecuencias colaterales en nuestra conducta económica, social y politica.
Hemos actuado en forma cortoplacista y oportunista, explotando intensivamente los recursos naturales en fases de bonanza, porque mañana nadie sabe; hemos construido una institucionalidad reactiva, y lo que es más serio, le hemos puesto escasas fichas a la generación de ciencia y tecnología que nos permita anticipar, generar alerta temprana y tomar mejores decisiones sobre estas catástrofes.
En vez de apoyar la generación de bases para una política de Estado que nos permita convivir con este entorno dramáticamente variable.
Hemos visto el esfuerzo mezquino de algunos de buscar culpables, centrados en la minucia y no en las fallas que hemos arrastrado desde siempre.
Estas son circunstancias en las que se pone a prueba la grandeza de los liderazgos para que efectivamente se sumen con generosidad y propuestas concretas a la tarea de superar la conducta del mono porfiado, evitando costos en vidas humanas y patrimonio cultural y natural que, en algunos casos recuperaremos dentro de muchos años y en otros, nunca.
Adolfo Alvial Muñoz.
Director Regional de CORFO Los Lagos.