Puerto Montt es testigo hoy de un acontecimiento muy especial -de un gran testimonio de amor al terruño y a su gente-, al cumplirse la voluntad de un hombre santo, cuya vida la consagró a Dios y al servicio de su prójimo, y quien ha querido que su fenecido cuerpo yazga en una de las criptas de la Catedral de Puerto Montt, que él mismo hizo erigir intuyendo su destino final.
Se trata de los restos mortales del recordado religioso monseñor Ramón Munita Eyzaguirre, quien fuera el primer obispo de esta ciudad, entre 1939 y 1957, cuya precursora labor pastoral fue decisiva en la siembra de la fe cristiana en la zona. Y para lo cual, al fundar la nueva diócesis, debió transformar el templo parroquial en Iglesia Catedral, organizar la Curia y construir el edificio de lo que es hoy el Arzobispado y la Capilla Episcopal, junto al Seminario Menor para las primeras vocaciones. Impulsó también la venida desde Europa de religiosos y religiosas, y ordenó a diez sacerdotes, entre ellos al Padre Leandro Serna, actual párroco de Nuestra Señora del Carmen.
Fue un obispo muy apreciado y popular entre la comunidad puertomontina y sureña. La infaltable sonrisa que iluminaba su rostro, la ternura de su afecto y la cálida delicadeza de su trato, lo hacían muy cercano y querible para la gente. Y esa enorme bondad que irradiaba atraía a todo el mundo. Un buen corazón que lo movía a ocuparse también de los más necesitados, apoyando campañas humanitarias hacia los más desvalidos, donde "chauchita tras chauchita", como decía, se hacía mucho bien. Siempre estaba rodeado de personas, que admiraban su sencillez y espiritualidad, cada vez que caminaba por las calles; donde, por cierto, no faltaban los niños que lo seguían.
El libro que escribió -"Origen de la Diócesis de Puerto Montt" (1989)-, donde se presenta humildemente como "curita de arrabal que llega a obispo y fundador", repasa su trayectoria desde su primera parroquia en Santiago, su nombramiento de obispo de Ancud y, luego, de Puerto Montt durante 17 años.
Esta mañana, Monseñor Munita vuelve a su Catedral, para descansar allí para siempre, muy cerca de sus queridos puertomontinos. Gracia única, de la que esperamos ser dignos y agradecidos anfitriones.