Jesús dice a los fariseos que había un hombre rico, que gozaba de la vida, pero a su puerta yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico. Los dos murieron, y el hombre rico, en medio de los tormentos, pide la ayuda de Abraham, para que envíe a Lázaro a ayudarle y reduzca su tormento. Pero Abraham le recuerda que recibió sus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males. Ahora Lázaro recibe el consuelo y el rico recibe el tormento. También entre ellos existe un abismo, siendo imposible pasar. El hombre rico insiste y ruega a Abraham que envíe a Lázaro para que prevenga a sus hermanos. Abraham le dice que tienen a Moisés y a los profetas para que los escuchen. El hombre rico cree que sus hermanos se arrepentirán si alguno de los muertos va a verlos, pero Abraham le responde que si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos no se convencerán (cfr Lc 16, 19-31).
Esta conocida parábola del rico Epulón (comilón) y del pobre Lázaro es una invitación a meditar sobre la solidaridad, especialmente con los más pobres de la sociedad.
El hombre rico vivía en la seguridad de sus bienes. ¿Dónde está su pecado? En el hecho de que olvidó la existencia del pobre. Se preocupó en su existencia de gozar de la vida, de pasarlo bien. En el fondo, creó una vida, que le impidió ver más allá de su propio círculo. Muy lejos quedaron los pobres y los que sufren. Esta realidad sigue ocurriendo en nuestra propia vida, especialmente cuando el bienestar material nos vuelve ciegos frente al sufrimiento del pobre. Lo más cómodo es no ver, justificar la pobreza y el sufrimiento ajeno, de modo que sigamos tranquilamente por la vida. La pobreza material ha crecido en los últimos tiempos. Es cuestión de ver las estadísticas, que nos hablan de la creciente brecha entre ricos y pobres. Estamos muy lejos de una auténtica justicia social. ¿Qué hacer frente a la pobreza y el sufrimiento de los demás? La Palabra de Dios nos dice que sigamos los criterios de Jesús. Frente al apego de las riquezas, que es el origen de todos los males, somos invitados a practicar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la bondad (cfr 1 Tim 6, 11). En el fondo, Jesús nos invita a la conversión, especialmente frente a la persona necesitada, que sufre a causa de su situación, por medio de actos solidarios, obras de bien, gestos de caridad efectiva.
Pidamos, en el Día de Oración por Chile, para que todos tengamos techo, pan, respeto y alegría.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.