Jesús llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo a la montaña para orar. Mientras Jesús oraba, su rostro cambió de aspecto y su ropa resplandecía de blancura. En esta escena, aparecen Elías y Moisés, que comentan la partida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros vieron la gloria de Jesús (cfr Lc 9, 28-32. Luego Pedro toma la palabra y dice a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Lc 9, 33). Luego, desde una nube se oyó una voz que decía: "Este es mi Hijo elegido, escúchenlo" (Lc 9, 34).
Por medio de un acto maravilloso, Jesús ha querido revelar por un momento su gloria divina. Moisés y Elías, que representan a la Ley y los Profetas, ya habían visto la gloria de Dios en la Montaña y anunciaron los sufrimientos del Mesías. Su presencia confirma la misión de Jesús en el plan salvífico.
Jesús, a través de este hecho, está indicando que se acerca el momento de la Resurrección, de ser glorificado por el Padre. Después que Pedro realiza la confesión de que Jesús es el Mesías, el Maestro anuncia que debía ir a Jerusalén, padecer y resucitar al tercer día (Mt 16, 21).
Pedro, Santiago y Juan, son privilegiados al ser testigos de la manifestación gloriosa de Cristo, pero la tentación era permanecer así, olvidando que la misión en la tierra continúa por medio de la evangelización. Era más fácil conformarse con ser simplemente los amigos de Jesús.
También Jesús quiere consolar a sus discípulos. Él los quiere confortar en los momentos más complejos y duros de la misión. Sin embargo, su voluntad es que bajemos a la vida cuotidiana, al trabajo de cada día. En este sentido, la amistad con Jesús nos consuela, pero, a la vez, nos exige siempre algo. Él quiere que vivamos como ciudadanos del cielo, con la mirada puesta en el más allá, pero también trabajando, ofreciendo sacrificios por los demás. San Pablo, nos recuerda que debemos comportarnos no como enemigos de la cruz de Cristo: "su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra" (Flp 3, 18). Es el modo de decirnos que el cristiano debe buscar siempre convertirse, sin dejarnos llevar por los egoísmos de un mundo corrompido (poder, tener y placer).
En nuestro discipulado, somos llamados a escuchar a Jesús, lo que implica aprender de sus enseñanzas, cargar con la propia cruz y seguirle cada día, dejándonos iluminar por su Palabra, de modo que nuestra humanidad pecadora sea transformada por la gracia de Dios.
Presbítero Tulio Soto
Vicario general Arzobispado de Puerto Montt