San Lucas nos narra que Jesús es perdido y hallado en el templo. Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua, pero cuando regresaron, Jesús permaneció allí, sin que ellos se dieran cuenta. María y José regresaron, pensando que Jesús estaba en la caravana, pero al no encontrarlo tuvieron que volver a Jerusalén. Al tercer día lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia.
Su madre le pregunta sobre el motivo de su actuar y le expresa la angustia que sintieron. Jesús responde que debía ocuparse de los asuntos de su Padre. Finalmente, Jesús regresó con sus padres a Nazareth y vivía sujeto a ellos, y crecía en sabiduría, en estatura y en gracia. Su madre conservaba estas cosas en su corazón (cfr Lc 2. 41-52).
Aquí vemos la piedad que tienen María y José, y la preocupación para que Jesús también cumpla con sus deberes religiosos. También vemos que entre ellos existe un diálogo sincero. Jesús experimenta lo que significa la obediencia a sus padres, siguiendo el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Pero también Jesús, a pesar de su corta edad, ya siente la necesidad de ocuparse de las cosas del Padre, esto es, considerar el plan de Dios, que busca la salvación de la humanidad. Si miramos el rol de José en su familia, vemos que se comportó como un buen padre, fiel, una persona trabajadora, muy humilde, dispuesto a realizar la voluntad de Dios.
María es la mujer humilde que demuestra mucho amor y que supo creer, confiar en Dios. Jesús iba creciendo, acompañado por sus padres, en sabiduría y en gracia, consciente de su misión en el mundo. Sabemos que ellos vivían de su trabajo, y lo hacían de modo honesto. No destacaban por su bienestar económico, pero eran personas ejemplares, virtuosas, y que se amaban sinceramente.
Era una familia santa, donde cada uno se dejaba guiar por la fe, donde Dios era la base y el centro de la vida familiar.
Hoy día tendríamos que preguntarnos si de algún modo imitamos a la Familia de Nazareth en la fe, en la oración, en la humildad, en al amor sincero, en el diálogo, en la fidelidad matrimonial. Hoy día muchas familias pasan por dificultades, por problemas económicos y morales. Tenemos la obligación de rezar por ellos, para que el Señor les fortalezca y les mantenga unidos.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.