Es de esperar que no sigan pasando interminablemente los años -como hasta hoy-, sin que se construya el tan anhelado e imprescindible Museo donde preservar los cientos de reliquias encontradas en 1976 en la localidad cercana de Monte Verde. Un extraordinario hallazgo que, derribando las teorías existentes, confirmó el descubrimiento del más antiguo asentamiento humano de América aquí en Puerto Montt, con una data de 14.600 años, que ahora en el 2015 se incrementó a 18.500 años, tras las últimas excavaciones realizadas por el célebre arqueólogo estadounidense Tom Dillehay, quien no ha ocultado su molestia ante la indolencia local frente a los proyectos de valorización de tan importante patrimonio global, después de tantos años.
Las opciones de localización del Museo son su mismo lugar de origen, la sede en Pelluco de la UACh y la Costanera de la ciudad. Lo prioritario es tomar una pronta decisión sobre el tema, para gestionar oportunamente los recursos destinados a materializar esta obra tanto tiempo esperada, así como cultural y turísticamente tan indispensable para Puerto Montt y la región a los ojos del mundo y de las ciencias.
En el proyectado recinto se albergarán aproximadamente sobre 700 piezas de gran calibre arqueológico, hasta ahora guardadas en la Universidad Austral en Valdivia. Entre ellas, los vestigios de un campamento de 12 tiendas, como puntas de proyectiles de piedras talladas, estacas de madera, troncos de pieles amarradas, morteros, palos para cavar, herramientas de hueso, 400 osamentas de gonfoterios y otros animales, restos vegetales, trozos de carne, cuero de animal, algas exóticas y especies de papas silvestres. A lo que se acompaña la novedosa huella de un pequeño pie sobre greda, junto a los restos de una fogata.
Todas esas reliquias, y las últimas descubiertas de una mayor antigüedad, -que son la esencia misma del portentoso sitio de Monte Verde-, nunca han estado a la vista ciudadana. Lo que es lo mismo que si el hallazgo nunca se hubiera hecho.
Con la historia no se juega. Y menos con la ilusión de la gente y las esperanzas de una ciudad, cuyos tesoros deben ser compartidos en mundo globalizado como el del presente.