El modelo diseñado por el Gobierno, para otorgar la gratuidad para la educación superior sencillamente no sirve para las regiones. Un ejemplo de ello es que la iniciativa planteada por el Ejecutivo, y que fue incorporada al Proyecto de Ley de Presupuesto 2016, no financiará la formación de ningún estudiante perteneciente a un Centro de Formación Técnica presente en Puerto Montt.

Hoy miles de jóvenes de nuestra capital regional han buscado de la mano de planteles privados convertirse en técnicos en distintas áreas, buscando insertarse de manera adecuada en el mundo laboral, lo que coincide con la necesidad de trabajadores calificados. De acuerdo a la Sofofa, el déficit de técnicos en Chile alcanza las 600 mil plazas, pero el sistema de financiamiento anunciado no aborda esta problemática y se orienta con más fuerza a la formación de profesionales universitarios.

En la Región Los Lagos sólo un CFT de Osorno, orientado al área agropecuaria, podría entregar gratuidad a sus estudiantes, lo que demuestra que el beneficio que impulsa el Gobierno generaría un efecto mínimo en la población regional.

El sistema de gratuidad propuesto, que ya está siendo cuestionado en su trámite legislativo incluso por parlamentarios oficialistas, ya que es discriminatorio no sólo con los estudiantes vulnerables que no pertenecen a planteles del Consejo de Rectores, sino también a los que residen en las regiones donde la oferta de estas casas de estudios es inferior a la que se registra en la Región Metropolitana.

Pero el escenario que se registra al interior del Congreso es una crónica anunciada. A lo largo de las cientos de académicos , líderes locales y medios de comunicación, entre ellos El Llanquihue, realizaron análisis que daban cuenta de esta realidad, pero al parecer el Ministerio de Educación hizo oídos sordos, y siguió adelante con una fórmula que sencillamente no garantiza que los jóvenes tengan una alternativa real de modalidad social a través de su esfuerzo académico.

Por Jaime Brahm Barril,

ex intendente de la Región de Los Lagos

La industria del salmón enfrenta un difícil momento. Porque los factores que explican el actual escenario, son múltiples, y por lo mismo, la solución no es sencilla. A diferencia del 2008 (cuando apareció el virus del ISA), cuando la crisis era netamente sanitaria y ello derivó en diversas consecuencias sociales; ahora el problema es mucho más amplio. Por un lado, los salmoneros trabajan en una agenda con el Gobierno para flexibilizar el exigente marco regulatorio que los rige, y que a decir del gremio, les encarece los costos. Por otro lado, está el factor precio, que se explica por el aumento de la oferta en el principal mercado nacional, como es Estados Unidos; donde ha llegado con fuerza el salmón noruego -que no ha podido entrar a Rusia por el bloqueo-, lo que ha venido aparejado de una fuerte campaña publicitaria de su producto que se vende como libre de antibióticos; más la depreciación de las monedas a nivel internacional respecto del dólar, completan el cuadro que incluye un número considerable de peces en el agua, lo que sumado a las deudas que todavía mantienen las empresas con la banca, cierran un círculo difícil de sobrellevar. En suma, la industria cerrará el año con fuertes pérdidas, y las proyecciones para el año venidero, no son mejores; justamente por el número de peces que mantienen en el agua. Es decir, los ajustes de producción recién se verán reflejado en el ejercicio 2017. En consecuencia, conviene preguntarse por qué la industria ha seguido produciendo en volúmenes tan grandes, pese a la experiencia del virus del ISA; por qué la industria no ha invertido lo suficiente en fortalecer su marca -coincidamos también que el Estado tampoco ha hecho mucho por instalar el nombre del salmón chileno a nivel internacional- o por qué no han abierto nuevos mercados. Y lo otro llamativo, es la distancia que aún mantiene la industria con la comunidad en general o con la escena social. Pese a los esfuerzos de algunas empresas -las menos- o la personalidad de ciertos líderes, la tendencia es al ostracismo y a restarse de aquellos procesos ciudadanos a través de los cuales se construye identidad y sentido de pertenencia. En síntesis, desde el 2008 a la fecha podríamos haber avanzado más, fortaleciendo la marca desde el origen y contribuyendo entre todos, a defender el salmón chileno como un orgullo nacional; aspecto que suma para competir en los mercados internacionales, independiente por cierto, de los vaivenes de la economía que escapan al "granito de arena" que podemos aportar desde las comunidades donde se debiera llevar grabado en el corazón un salmón.